A PROPÓSITO DE LA I BIENAL DE CHICAGO

Nuestra querida amiga Silvia Perea nos hace llegar la siguiente reflexión que puede ser de tu interés.

¡Ya nos contarás cómo lo ves!

MOS Architects. Nueva York, EEUU. House No. 11 (Casa Pasillo).

El trazado de la frontera entre arte y arquitectura sigue siendo hoy tan conflictivo como irresistible. Desde que el arte dejara de ser consustancial a la vida cotidiana, la arquitectura sucumbió en un limbo a medio camino entre lo olímpico y lo mundano, suscitando continuos debates sobre la moralidad de su contenido espiritual —formal— y racional —funcional—.

La historia de la arquitectura moderna y contemporánea es la evolución de esa moralidad, animada, sobre todo, por los ciclos alternativos del mercado. Sin embargo, ninguno de los estadios que la arquitectura ha atravesado en el último siglo (mecanicistas, historicistas, paramétricos, etc.) ha logrado restaurar el entendimiento de la arquitectura como arte. Y ello, aún a pesar de ser habitual la adopción de referencias artísticas en el ejercicio de la profesión, e incluso de la ambición histórica de influyentes maestros por hacer de su obra una gesamtkunstwerk.

Bajo esta perspectiva, el análisis de la componente artística de la disciplina, al que se dedica la I Bienal de Arquitectura de Chicago, parece motivado por el deseo de elevar su reconocimiento material a la esfera de la poética transformadora. En la elección de este argumento cabe reconocer una cierta melancolía por el aprecio que antaño situara a la arquitectura en los tratados de arte junto a las otras ‘grandes’. Cabe asociarlo, por otro lado, a una reacción frente la burocratización de la disciplina, el urbanismo a la carta, la seriación inmobiliaria, la globalización de los modos de vida, en definitiva, frente todo aquello que atenta hoy contra el potencial humanista de la arquitectura. El mismo argumento evidencia el valor que los “directores artísticos” del evento —que no comisarios—, Sarah Herda y Joseph Grima, han otorgado al cuestionamiento crítico-creativo que los equipos seleccionados han llevado a cabo sobre el contexto en el que se inscriben sus propuestas.

La condición artística de los proyectos que forman parte de la Bienal no contraviene, con todo, su funcionalidad. Muy al contrario: el carácter experimental que anima la exposición se mantiene dentro de los márgenes de lo aplicable. Abundan propuestas factibles y construidas, cuando no ideas surgidas de reflexiones necesarias en cada caso. En el debate sobre forma y función del que la Bienal se hace eco, Herda y Grima demuestran que la componente artística de la disciplina no está reñida ni con lo local, ni con lo sensible, ni con lo económico. Paralelamente, el fundamento artístico de los proyectos incluidos en el evento no parece justificar por sí solo la elección de los mismos. Todos, en mayor o menor medida, evocan una cierta resistencia, bien sea a la desigualdad social y de género, al derroche energético y de recursos o la negligencia de la participación ciudadana en la conformación del medio urbano. Que la arquitectura avanza por un camino deseable gracias a la efervescencia, aplicabilidad y compromiso ético de su esencia artística podría ser el corolario de la propuesta expositiva de Herda y Grima.

Counterspace. Johannesburgo, Sudáfrica. Lost and Found: Phantoms of Spaces and Times.

La exposición misma de cada proyecto subraya el enfoque artístico de la Bienal. Así, por ejemplo, una hilera de atriles presenta dibujos que detallan las fases de rehabilitación de una casa en Quito, sugiriendo soluciones específicas a problemas genéricos (Al Borde, House Under Construction), mientras decenas de placas de Petri recogen muestras de las narrativas socio-culturales y políticas impresas en el paisaje minero de Johannesburgo (Counterspace, Lost and Found: Phantoms of Spaces and Times).

De manera similar, varios cubos transparentes suspendidos del techo de una habitación oscura, e iluminados por focos, exponen la complejidad estructural de telas de araña (Tomás Saraceno, sin título), al mismo tiempo que una colección de fotografías de casas históricas en el sur de Chicago, pintadas con colores chillones, llama la atención sobre su vulnerabilidad frente a intereses inmobiliarios (Amanda Williams, Color(ed) Theory).

Adicionalmente, prototipos de viviendas se diseminan aquí y allá evidenciando los problemas de desplazamiento social y limitación presupuestaria que sugieren sus diseños (Tatiana Bilbao, Sustainable Housing; Vo Trong Nghia Architects, S House; Selgas Cano+Helloeverything, House A, etc.).

En la misma línea, instalaciones hechas con materiales reciclados y reciclables convocan al público al diálogo (Kéré Architecture, Place for Gathering; MAIO, Floating: The Presence of the Present, etc.), en tanto que una matriz de finos postes metálicos presenta objetos comunes —desde patatas Pringles a cartones de lotería— sorteados de figuritas humanas minúsculas que conceden, a cada objeto, la apariencia de una maqueta arquitectónica (Sou Fujimoto Architects, Architecture is Everywhere).

Gramazio Kolher Research, ETH Zurich + Self-Assembly Lab, MIT. Zúrich, Suiza / Cambridge, EEUU.

Planos, secciones, perspectivas, infografías —materiales con los que la arquitectura se presenta habitualmente—, brillan por su ausencia. Este hecho, unido al peso que en la muestra tiene la calidad artística de las propuestas, ha surtido dos efectos prácticamente excluyentes: por un lado, la acogida popular de la Bienal (el primer mes registró una audiencia de 175.000 visitantes); por otro, críticas puntuales a su validez como exposición de arquitectura (véase la reacción de Patrick Schumacher: State of What Art?).

La menor popularidad de las exposiciones de arquitectura frente a las de arte explica el arrinconamiento que la arquitectura sufre en el ámbito museístico, así como el escaso número de centros dedicados a su colección y exposición regular y, en última instancia, la demarcación subjetiva de la disciplina del resto de artes. Ello justifica, en parte también, por qué el número de arquitectos-comisarios es aún reducido y el ámbito del museo se considera naturalmente dominio de otros expertos.

La propuesta expositiva de Herda y Grima, secundada por los múltiples eventos en relación a la Bienal que se han organizado en la ciudad —desde la construcción de pabellones frente al lago Michigan a la retrospectiva de David Adjaye en el Art Institute of Chicago—, supone un paso valioso hacia la inversión de esa situación. Referir la arquitectura por su invariante artística es una forma certera de reforzar su aprecio crítico en un mundo en constante revolución. Es, en definitiva, una vía deseable para mejorar su salud y compromisos social y medioambiental.

Texto y fotos: Silvia Perea

Foto de portada: Acceso a Centro Cultural de Chicago, sede de la I Bienal de Arquitectura, por E Washington St.

Tomás Saraceno. Berlín, Alemania.

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