Entre adoquines, a los pies de una farola, en la mediana de una carretera de asfalto por la que circulan más bicicletas, autobuses y tranvías de la red del servicio público de transportes que coches particulares, crecen al libre albedrío plantas silvestres. Estas malas hierbas cubren de verde Nantes, la misma urbe que tiempo atrás se la conocía como una ciudad gris.
Los vecinos —y los forasteros cuando se lo explican— ya no tienen esa percepción de abandono, dejadez y descuido en relación a las malas hierbas, sino todo lo contrario. Ahora las aceptan como un elemento más en el jardín urbano. Jacques Soignon, director de los Servicios de los Espacios Verdes y Medio Ambiente de Nantes (SEVE) dice: “Nos han enseñado a considerarlas [a las malas hierbas] como plantas indeseables, que eran un signo de mal mantenimiento de la ciudad, pero en realidad nos ayudan contra la polución, filtran el agua de arroyada y evitan la erosión pluvial”. Para el Ayuntamiento es una ambición política para así restaurar su lugar en la naturaleza y biodiversidad en la ciudad. Autoridades locales y los propios habitantes comprenden que la vegetación también debe crecer en la ciudad, como apunta Claude Figureau, exdirector del Jardín Botánico de Nantes, quien apuesta por “la invención de materiales y construcciones capaces de recibir toda esta biodiversidad y así transformar la ciudad en campo”.
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