CARTA DE LA CASA GUZMAN A ENRIQUE DE GUZMAN JUNIOR.
Nos llega esta curiosa carta, desde el más allá, que quizás pueda ser de vuestro interés.
………………………………………………………….
Estimado Enrique de Guzman Junior.
No te pregunto qué tal estás porque ya te veo. Es lo que tiene estar en el más allá. Veo que estás contento con tu nueva mansión, y esto, de alguna forma, me reconforta. Mi muerte no ha sido inútil, y, como bien decía Don Alejandro, no todas las arquitecturas son para todo el mundo; cada uno tiene lo que se merece, y tú te has hecho una casa a medida, a medida de tu capacidad de estar en el mundo.
Mi padre también solía decir algo así como: “Me gusta divertirme con la arquitectura, me gusta proyectar desde la alegría. La emoción de la arquitectura hace sonreír, da risa. Por desgracia, la vida no” y, curiosamente, aunque en su momento no terminaba de entender lo que quería decir, a día de hoy, como comprenderás, lo entiendo perfectamente.
En cualquier caso, quiero que sepas que no te guardo rencor. Aquí, en el cementerio de la arquitectura he podido conocer a otras mártires de la arquitectura como mi hermana de sangre la casa de la calle Doctor Arce de Madrid, la joven vivienda de Ponte Sarela de Víctor López Cotelo, o a la célebre y ya mayor de edad (18 años de su destrucción) Pagoda de Fisac y sabes qué… todas coincidimos en lo mismo: estamos muchos mejor donde estamos que viendo lo que se hace con otras compañeras.
Sabernos que, por ejemplo, el pabellón de España en la exposición universal de Bruselas de Ramón Vázquez Molezún y José Antonio Corrales está sufriendo el más absoluto abandono en la Casa de campo de Madrid y esto, en mi opinión, duele más.
También, me viene al recuerdo mucha arquitectura manoseada y tuneada de tal forma que casi nada queda de lo que fue. Eso le ha pasado a muchos hijos e hijas de todos los grandes de la arquitectura, incluido el mismísimo Le Corbusier. En fin, que dentro de lo que es un triste final, quiero creer que ha sido un final, relativamente, digno; haberme convertido en un club alterne, sin lugar a dudas, hubiera sido mucho peor.
De todas formas, soy consciente de que, por desgracia, no has hecho nada que no hubiera hecho la mayoría de la gente. Estabas en tu derecho y así obraste. Por eso, en realidad, con quien más enfadada estoy no es contigo, sino con todos aquellos que no han sabido protegerme.
Hay arquitecturas que tienen el grado de protección suficiente para que esto no pueda ocurrir y yo no lo tenía. Ahora, se pone el grito en el cielo por lo ocurrido, pero, la realidad es que yo, como muchas hermanas, estamos desvalidas y en manos del mejor postor. Porque no nos vamos a engañar, si alguien hubiera pagado los 600.000 euros que se decidió que valía hoy estaría en pie.
Tus hermanos tampoco hicieron nada por mantenerme y lo único que se os ocurrió fue ponerme en venta por esa cantidad. Un número para toda una vida de servicio, una cantidad que nadie consideró oportuno pagar y que fue la excusa perfecta para decidir mi final.
Mi padre, Don Alejandro, y el tuyo, Don Enrique, sabes lo que hubieran sufrido viendo lo que habéis hecho, pero esto es otra historia. Alejandro de la Sota siempre hablaba de hacer la arquitectura del sentido común, la más razonable posible; pero está claro que no todo el mundo tiene este mismo sentido común. Incluso, puedo leer en revistas de la época a Antón Capitel hablando de la espiritualidad de la materia en la obra de de la Sota. Bonitas palabras que, desde aquí, me resuenan y calman.
Eso sí, mi padre ya avisaba que lo que hay que disfrutar es del proceso del proyecto y de la obra, que luego tu hijo queda en manos del propietario y puede haber dolor, y en este caso, como en tantos otros, el dolor ha sido máximo. Lo único bueno de todo esto es que nuestros padres, en su condición de humanos, no vieron mi destrucción; aquí, desde el más allá, todo se ve diferente y a buen seguro que tendrán cosas mejores en las que entretenerse que andar disgustados por tu decisión.
Además, De la Sota ya estaba acostumbrado a que su obra fuera salvajemente ultrajada, me viene el recuerdo de la residencia Miraflores. En cualquier caso, también es cierto que la fábrica de la compañía lechera Clesa, se salvó de la piqueta en el último momento. Estas historias, de vez en cuando, merecen final feliz.
Recuerdo que hace casi cuarenta años, en el salón que te vio crecer, mi padre le contaba al tuyo en una de esas interminables conversaciones que les gustaba tener: “se trata de disfrutar de las cosas allí donde casi dejan de serlo” y tu padre puntualizaba: “y que es donde realmente son.” Es curioso que tú escuchabas todo esto, pero no lo integrabas, no lo hacías tuyo, y, por ello, al crecer no podías apreciar el maravilloso pasillo monacal que daba a cada una de las celdas. Porque, tu dormitorio, aunque te parezca mentira, fue parido como una celda monacal. Cosas de arquitectos dirás.
Ahora te oigo decir que en realidad la casa “no te gustaba”. En fin, ya sabes que sobre gustos sí hay mucho escrito, pero, como decía un amigo de mi padre, no todo el mundo se para a leerlo.
Llegado este punto, viene bien recordar que Alejandro de la Sota, jamás buscaba la belleza en la arquitectura y que ésta, en el caso de aparecer, debía ser una consecuencia de las decisiones lógicas y esenciales de cada proyecto. Al final aparecía una especie de “belleza calva”, cercana, en palabras de Campo Baeza, al ascetismo formal -que no todos pueden apreciar-. La belleza a veces llega por negación de la misma belleza, pero bueno… creo que esto son palabras mayores para la ocasión.
En cualquier caso, puedo entender que me vieses deteriorada, que mis ventanas ya no cerrasen como antes, que en mis techos hubiera humedades, pero que digas que yo era una “cueva oscura” sólo denota una falta de sensibilidad para apreciar lo obvio que me deja consternada.
Bueno, sorprendida, hasta cierto punto, pues, para bien y para mal, yo te vi crecer y te veía venir. Sabía que no apreciarías el legado de tu padre y que cuando éste falleció hace tres años, cometió el error de confiar en ti. De hecho, era bien sabido que mientras tu padre disfrutaba de lo lindo cuando jóvenes estudiantes de arquitectura se acercaban a visitarme y estudiarme, tú estabas deseando que se fueran.
Tu padre, el gran Enrique de Guzman, fue capaz de pedirle tres versiones de proyecto a Don Alejandro; de hecho, aunque poco te puede importar, la idea de tener una casa no fue de tu padre, ¡fue del mío!
De la Sota, de manera sorprendente, un día se plantó en la anterior casa de tus padres con un proyecto para la nueva finca que habían adquirido.
Tus padres tuvieron la suficiente delicadeza para no rechazar la propuesta, darle una vuelta al tema y, posteriormente, contratar a mi creador para hacer el proyecto. Además, tuvieron el ojo suficiente para, durante la construcción del proyecto, hacer nacer un mirador sobre el Jarama con la excusa de tener una biblioteca. Cuando yo todavía era un proyecto, iba subiendo y bajando de cota hasta que al final encontré mi sitio exacto; lugar que la propia topografía de lugar le susurró delicadamente a de la Sota.
Como pude leer hace poco en un blog de arquitectura, uno de los valores que mi padre me legó fue el “haber logrado esa sensación grácil, como de casa de papel, apenas explorada en la arquitectura moderna española. Sólo por esa heroicidad merecía pervivir.”
También, fue bonito eso de que yo fuera parida como una “casa abierta que se cierra”; el interior y el exterior quedaban, en cierta forma, desdibujados. Creo que esto tampoco lo llegaste a entender, ¿no?
Es curioso ver cómo los humanos no siempre os comportáis como cabría esperar. De la sensibilidad de tu madre María y de tu padre Enrique bien poco heredaste y te enrocaste en ver sólo los desperfectos lógicos del paso del tiempo.
Voy terminando pues sé que, como heredero, estabas en tu derecho de demolerme y poco o nada se puede reprochar desde un punto de vista legal. Pero hubo un Colegio de arquitectos que dio luz verde al derribo, hubo un arquitecto que no se despeinó en proyectar una construcción donde en su día hubo arquitectura y quienes se encargan de proteger el patrimonio, desde luego, o no me consideraron digna de proteger o no hilaron de demasiado fino. Además, mientras se certificaba mi defunción, cientos de voces se manifestaban en menéame y otras publicaciones digitales en favor de la cosa que se ha construido en mi lugar. De hecho en la memoria de mi proyecto, se podía leer que la urbanización estaba llena de edificios llenos de cursilería, ahora tenemos uno más. Por el contrario puedo decir, con cierto orgullo, que Andrés Martínez me dedicó su tesis doctoral, fui objeto de más de una exposición y gente de todo el mundo (literal) venía a verme para aprender arquitectura. Porque, y esto es un hecho objetivo, como más arquitectura se aprende es visitando buena arquitectura.
Y lo más triste de todo, vista la fechoría, es que sólo son unos cuantos arquitectos, a los que les interesa la arquitectura, son quienes lloran mi desaparición; el resto de ciudadanos poco entienden lo que pasa y esto es lo que más me preocupa. Los arquitectos han estado tan ocupados con sus cosas que no se han preocupado de conectar con esa sociedad a que ahora le piden que entiendan que yo, la Casa Guzman, era una gran obra de arquitectura, un clásico estudiado en todas las Escuelas y que lo ocurrido es un desastre.
Sin embargo, los “no arquitectos” no entienden nada, como tampoco los arquitectos entendieron que debían conectar de otra manera con la sociedad a la que sirven.
Si mi muerte es útil para comenzar a cambiar todo esto, lo daré por bien empleado, y quizás en un futuro cercano otras compañeras tengan mejor suerte. Así, quizás la arquitectura pueda seguir, como le gustaba comentar a Don Alejandro, levantando la bandera de razonable.
Intentando ser positiva, me acuerdo de las palabras que me dedicaba, Miguel Ángel Díaz Camacho, un buen amante y estudioso de la arquitectura de mi padre: “La casa habita ahora para siempre en cada uno de nosotros, se hizo más grande y más profunda, como un oasis en el que recuperarse, una fuente, un paraíso, un lugar en el que sentir la fragancia de la arquitectura, la fragancia de lo verdaderamente nuevo que siempre será nuevo, como aquel que presiente el olor de las manos familiares, su calor, su tersura rescatada del olvido por cada cual en su soledad con los ojos cerrados. También la arquitectura es hermosa con los ojos cerrados. Existe, con los ojos cerrados”.
En cualquier caso, me despido para siempre de ti y, como te anunciaba al principio de estas líneas, no te guardo rencor. Así que, ojalá tus hijos hereden la delicadeza, sensibilidad y entusiasmo de sus abuelos y este mundo pueda ser un poquito mejor.
Autores del post: Stepienybarno _ Agnieszka Stepien y Lorenzo Barnó
Lecturas recomendadas:
LA HERENCIA DE LOS DESHEREDADOS _Múltiples Estrategias de Arquitectura
Por: Santiago de Molina
http://www.santiagodemolina.com/2017/01/la-herencia-de-los-desheredados.html
DERECHO AL PATALEO _Arquitectura entre d’altres solucions
Por: Jaume Prat
http://jaumeprat.com/derecho-al-pataleo/
CON LOS OJOS CERRADOS _ Madc-arquitectos
Por: Miguel Ángel Díaz Camacho
http://madc-texts.blogspot.com.es/2017/01/con-los-ojos-cerrados.html
2 COMENTARIOS
Pingback
17/04/2017¿REALMENTE SOMOS ÚTILES LOS ARQUITECTOS? | Blog de STEPIEN Y BARNO - publicación digital sobre arquitectura
Pingback
14/03/2017Blog de Fundación Arquia | Blog de arquitectura y arquitectos | HOY SOMOS UN POCO MÁS POBRES.