STEPIENYBARNO CHARLA CON ÁNGEL MARTÍNEZ
Tenemos el placer de presentar la entrevista que nos concedió, en exclusiva, el joven arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de Sevilla Ángel Martínez García-Posada. Desde aquí agradecemos su entrega y generosidad, fue una gozada disfrutar de sus escritos (lectura más que recomendable: Sueños y polvo) y conocerle en persona.
Ojalá os guste tanto como a nosotros conocer a este apasionado de la arquitectura.
– ¿Con qué expectativas entraste en la carrera de arquitectura?
Cuando empecé tenía cierto conocimiento de la profesión, porque en mi familia hay dos arquitectos, mi padre y su hermano. En los últimos años de bachillerato visitaba sus estudios y seguía el trabajo que desarrollaban en ellos, muy diferentes y complementarios. Sabía algunas cosas y sospechaba otras, el descubrimiento constante de los primeros cursos me permitió situar la arquitectura en un panorama intelectual de relaciones múltiples. En la enseñanza preuniversitaria se desarrolla un conocimiento generalista y una curiosidad poliédrica, yo no quería renunciar a nada, me interesaban la técnica y la ciencia tanto como el arte y las humanidades; entendí que la arquitectura, al margen de ser el oficio que conocía en casa, era la oportunidad de no especializarme en nada y poder seguir disfrutando de todo.
– Y este concepto de fusionar todas las artes en un discurso único, ¿cómo se reflejó en la escuela?
En mi opinión es un discurso que se forma en la propia persona. Uno recibe la información y la educación necesaria para desarrollar una sensibilidad, educar una mirada, aprender un modo de actuar… y luego con ello, va levantado una habitación propia. No creo tanto en que esto tenga que venir dado por una estructura –si bien me gusta formar parte de un empeño así– como en la potencialidad de la construcción personal, entre lo que se planifica o proyecta y lo que se encuentra. Hay ciertas formas de enseñar la arquitectura que fomentan este modo de ver las cosas, y esas son las que me interesan, no todos entienden esta vocación transversal de continuidad entre materias e ideas. En la medida en que se apueste por una formación no compartimentada el estudiante tendrá una visión mucho más rica. En cualquier caso, es desde el proyecto de arquitectura donde esa visión global de las cosas se modela y permite el desarrollo de ese conocimiento universal no especializado.
– Las relaciones con los compañeros y profesores también lo favorecen…
Sí, uno va trazando su perfil a base de puntos que busca intencionadamente, y otros que sobrevienen por azar, de modo que entre decisiones voluntarias y hallazgos afortunados uno va dibujando eso que es también un paisaje, social y particular, circunstancial y subjetivo. Existe una continuidad natural entre la persona y aquello que aprende, de igual manera que está completamente abierta la frontera entre los propios recuerdos o experiencias y los proyectos o investigaciones. Suelo recurrir a la metáfora de la mesa del arquitecto y barajo siempre historias sobre este escenario referencial. Ese lugar es como la traslación física y concreta del mundo complejo y abstracto de nuestra mente, un espacio resonante en el que conviven aspectos de la vida profesional, con tareas académicas e intereses personales, y en el que a veces se producen puentes y pasadizos de uno a otro que terminan por enriquecer a todos. Esa lógica de indisolubilidad entre las cosas es la que me gusta aplicar a la arquitectura. Y eso es algo que nunca acaba porque los proyectos no terminan. Las cosas que nos apasionan se mueven con nosotros a lo largo del camino.
– ¿En este camino del inicio qué profesores recuerdas que te marcaran?
El primer profesor que tuve de proyectos y el mejor de todos ellos fue Juan Luis Trillo. Hoy sigue siendo mi profesor y, además, un amigo. A veces, me sorprendo refiriendo determinadas cosas igual que él me las contó, fue el profesor que al empezar a hablarme del proyecto de arquitectura, y de otras tantas cosas, marcó el verdadero inicio de mi carrera. Al margen de eso, muy cercano, uno va siguiendo la pista de ciertos arquitectos que le interesan en la distancia, y la asistencia a conferencias como las de Emilio Tuñón, Luis Moreno Mansilla o Federico Soriano van calando a la hora de hablar de arquitectura, edificar relatos narrativos en torno al proyecto… desde luego todos, en conversaciones y charlas, como en revistas y libros, han sido un estímulo para intentar aprender más cosas.
– ¿Libros, viajes… que recuerdos importantes guardas a lo largo de la carrera?
Nunca acierto a señalar unos pocos libros como una lista cerrada, llevo muchos conmigo, intento sentirme acompañado, en una relación abierta y expansiva. En cuanto a los otros viajes, sí que puedo indicar uno que habría de resultar determinante, la visita a Nueva York por primera vez. A partir de entonces, en la distancia nostálgica me he convertido en un coleccionista de historias que pasan por allí. Ese, si hubiera que señalar alguno, podría ser el inicio de mi tesis doctoral. Aquel desplazamiento también marcó el inicio de mi modesta trayectoria estudiantil viajera, cuando al acabar los cursos cada verano intentaba conocer una nueva ciudad.
– Y esos “sospechosos habituales” de los que nos hablas en tus escritos, Smithson y compañía… ¿estaban también en la carrera?
(Risas) No sabría decirlo. Es cierto que hay un instante preciso en que uno empieza a tener cierta curiosidad por cada personaje concreto, como Marcel Duchamp, John Cage, Gordon Matta-Clark… aunque no tengo muy claro cual fue el primer libro ni la primera conferencia en la que saltó el chispazo para cada uno de estos sospechosos. El interés por Robert Smithson sin embargo se dispara cuando acabo la carrera y descubro su colección de escritos; a todos me los voy encontrando y desde entonces se convierten en amigos habituales a los que recurrir en caso de necesidad.
– ¡Haciendo tuya la frase de Octavio Paz “hablamos siempre de otras cosas”!
A Octavio Paz también lo he leído en detalle después. Entiendo que esa es la vocación del estudiante curioso, no querer renunciar a nada a cambio de no poder profundizar tanto como uno quisiera en cada tema, es una paradoja inherente a la investigación de todo arquitecto, una sensación ambivalente de frustración y provecho. Cualquier cosa existe porque luego cobra forma a través de una idea arquitectónica. En la arquitectura podríamos decir que existen materiales de construcción y materiales de proyecto. Decía Mallarmé que todo tiene sentido para concluir en un libro y nosotros los arquitectos podríamos aplicarlo igual al proyecto de arquitectura. La arquitectura está donde uno quiera verla porque todo es arquitectura.
– Y todo lo sabemos entre todos…
Exactamente. Todo tiene que ver con todo y todo lo sabemos entre todos… lo primero lo escribió parecido Joyce pero también se lo hemos leído a Souto de Moura, lo segundo según se cuenta se lo dijo un pastor a Giner de los Ríos. En cualquier creación el resultado final nunca se obtiene por recetas o automatismos, sino por milagro y esfuerzos voluntarios combinados. Así se teje, con hilos visibles e invisibles, la historia del conocimiento acumulativo, y lo mejor de las obras de los hombres, el entrelazamiento de ideas del mundo con uno mismo.
– Esto tiene que ver con el proyecto continuo.
Sí, es la continuidad de nuestra lectura y escritura de la realidad, porque el mundo no está acabado seguimos contándolo y proyectándolo. Nuestra propia mirada es ya un principio de transformación de la realidad.
El principio de incertidumbre de Heisenberg establece que la realidad que se estudia resulta alterada por el mero hecho de tomarla como punto de estudio. Ya sabéis que me gusta utilizar figuras analógicas entre el proyecto de arquitectura y la escritura. Compartimos con el escritor esa condición de preguntarnos continuamente sobre lo qué hacemos, los dos pretendemos lo mismo, cierto sueño de omnipotencia, el intento imposible e imperfecto de ordenar el mundo desde un trozo de papel.
Decía Marguerite Duras: “Escribir consiste en saber qué escribiríamos si escribiésemos”, lo mismo sucede con la arquitectura. El proyecto y la escritura transitan siempre entre la realidad y la ficción. Al trazar las estancias de los demás hacemos realidad el sueño de ser otros; todos los proyectos que podríamos hacer, todas las vidas que podríamos vivir, todas las personas que jamás seremos, en eso consiste el mundo. Se escribe también porque otros antes han escrito y se hace arquitectura porque otros antes han hecho arquitectura. Y, en general, la creación tiene que ver con la reescritura, el desplazamiento a otros lugares de lo que otros han tratado ya. La propia palabra proyección tiene ese mismo sentido, proyectar hacia el futuro, mirar hacia delante.
– Dices que “escribir es una manera de consumir el tiempo rindiéndole el homenaje que le es debido”.
Ojalá lo hubiera dicho yo así. Es una cita de Gianni Celati de su libro “Cuatro narraciones sobre las apariencias”.
– Cuéntanos un poco más sobre ese concepto del tiempo que es clave en tu libro “Sueños y polvo. Cuentos de tiempo sobre arte y arquitectura”.
En el libro hay un sustrato común a todas las historias, podríamos decir que tiene que ver con un concepto ampliado del tiempo, parafraseando a Beuys. La idea de su curso en el arte, el intento de ciertos artistas por hacerlo explícito o su lucha lírica por conjurarlo, como si el tiempo no existiera. El tiempo es una excusa que agrupa ciertas historias que se funden en la continuidad de la arquitectura con otras artes y de la creación artística con la vida.
Parece que cualquier relato sea en realidad sobre el tiempo, y que ello implica nostalgia o pérdida. El mensaje final es que el único tiempo que vivimos es el presente, la posibilidad permanente de estar construyendo nuestro futuro, la eternidad a corto plazo de aquella nota de Matta-Clark. En la analogía entre proyecto y escritura existe en cambio una diferencia, cuando uno escribe en una hoja lo que ve o piensa, la vida parece no transcurrir en el presente: uno la va escribiendo, y es como si la viera ya pasada, ya vivida; proyectar es ser escritor de la vida que vendrá, como un exorcismo que vence al tiempo. Uno de los últimos cuentos que componen el libro acaba así “Vamos hacia delante”.
Es una sentencia positivista con la que nos gusta también (a Ricardo Alario, a Juanjo López de la Cruz y a mí) concluir nuestros cursos de Fundamentos de Arquitectura y Patrimonio, aunque cada año nos empeñemos por coherencia en reescribirla con nuevas variantes que pretendan expresar lo mismo; hay, por ejemplo, un relato de Cortázar, El perseguidor, que habla de un músico de jazz, Johny Carter, que cuando se sube al escenario siente que el tiempo funciona para él de un modo particular: de pronto se queda paralizado y confiesa a sus compañeros en escena, “esto lo estoy tocando mañana”. Todo lo que conocemos lo proyectamos al futuro, los arquitectos lo estamos tocando mañana.
– También te gusta hablar de arqueología, la curiosidad de mirar debajo…
La misma analogía que podemos encontrar entre la literatura y el proyecto arquitectónico podemos hallarla en la arqueología, son muchas las pautas en común: además de la necesidad de conocer el pasado para intervenir sobre él, también el intento de leer una realidad aparentemente plana en un discurso de cuatro dimensiones, incluyendo el tiempo. Ellos trabajan con un suelo en apariencia superficial al que suman la variable de la profundidad de cada rastro, para situar cada hito en algún punto del pasado, como una cartografía que trascienda el plano, esa es también la pretensión del arquitecto con sus dibujos.
Hace poco Fernando Espuelas me escribió un mensaje delicioso, todo un regalo, después de haber leído el libro, contándome que yo hablaba del suelo, de las fundaciones, de los fundamentos, de lo fundamental, y que lo fundamental es el tiempo que acaba depositándose en el suelo como la sal sobre el muelle en espiral, y que así pasábamos con naturalidad de Troya a Central Park, siempre moviendo tierras y desplazando piedras de un lado para otro. Él decía que todas mis miradas disimulaban rondando en torno a una arquitectura que casi nunca aparecía como tal, como si se hubiera asumido aquella fórmula de Nicanor Parra y parafraseándola se dijera: “todo es arquitectura menos la arquitectura”.
– Todo esto tiene que ver con la invisibilidad de ciertos conceptos, como paisajes imaginarios o sueños.
Claro, hablamos de analogías y metáforas siempre en un sentido conceptual, nunca literal. Es un pensamiento en torno a las ideas, que opera en un campo abstracto no necesariamente formal. Ese es nuestro trabajo, dar forma a algo que, por sí mismo, no la tiene.
– Y precisamente por darle forma, habrá ideas que nunca podremos atrapar al 100%…
Ese es el eterno lamento del arquitecto, o del escritor, o del artista, pero también el estímulo para seguir avanzando, el fracaso de un poema es el comienzo del siguiente. Todo acto creativo supone una elección, nos lleva a una orilla y pierde otras. Esa es también la condición de nuestro mítico miedo perpetuo al papel en blanco, un trazo que condiciona al siguiente.
– ¿Y qué papel juega la intuición en esta translación de las ideas a la forma?
Es una parte que siempre está presente, antes, durante y después. Conoceréis la explicación de Alvar Aalto de los dos mundos paralelos, cuando él proyectaba acumulaba –sobre su mesa– los datos técnicos necesarios para la creación del proyecto, después lo olvidaba todo y dejaba que su mano fluyera libremente dando paso a recuerdos o emociones. Subjetividades y objetividades convergen a través del proyecto de arquitectura.
– “La imaginación es la ciencia de las correspondencias…” (Octavio Paz)
Exacto. “La imaginación asocia y tiende puentes entre un objeto y otro, por esto es la ciencia de las correspondencias”. Me gusta acumular definiciones de otros campos que me parecen extrapolables al proyecto de arquitectura, como otra ciencia de las correspondencias, cuando el tiempo se convierte en espacio.
– Dices que no te gusta proyectar solo, ¿cómo consigues transmitir todo este mundo irracional a las otras personas?
Bueno, hablamos de cosas, de otras cosas, que se pueden compartir pero que no precisan ser contadas, aunque sea bonito intentarlo. El arquitecto habla a través de lo que proyecta. Sí considero deseable que las personas con las que se proyecta o se conversa de arquitectura compartan una forma de ver las cosas que conviertan en innecesario hablar de otras cuestiones.
Tanto proyectando con Juanjo y María (sol 89) o cuando he colaborado con Juan Luis Trillo, como en el campo docente con el mismo Juanjo o con Ricardo Alario, siento que todo lo que dicen podría ser mío. No sé muy bien cuando empiezan las ideas de unos y otros. Escribimos hablando de arquitectura. Esa era también la lógica del blog que creamos juntos, proyectandoleyendo.blogspot.com. La arquitectura no empieza en ningún lugar, o mejor, comienza dentro de nosotros o de otros, tampoco termina en ningún punto, un objeto en el territorio se extiende indefinidamente. A través del diálogo con nuestros compañeros o de escritos ajenos que sentimos propios, estamos defendiendo una experiencia de continuidad y transferencia.
Colegio de Arquitectos de Sevilla
– Cuéntanos un poco más sobre el proyecto Red Pública del Colegio de Arquitectos de Sevilla. ¿Qué es lo que más te ha enriquecido?
Este proyecto fue una oportunidad de trabajar a pequeña escala y en un periodo limitado. Además nos permitió desarrollar conceptos que investigamos desde hace tiempo sobre el espacio urbano. En mi caso desde la beca de formación predoctoral y el posterior desarrollo de mi tesis, o de algunos escritos y clases, y en el caso de Juanjo y María, con sus investigaciones que finalmente tendrán forma de tesis doctoral sobre cuestiones que ellos también han tratado en ciertos proyectos. Ha sido una oportunidad para materializar algunos aspectos que nos preocupan: pensábamos en la ampliación de los ámbitos públicos de nuestra ciudad a través de la apropiación de ciertos espacios potenciales. Nos interesaba tanto la ocasión concreta de ocupar ese espacio, como el reto de potenciar un lugar para usarlo de maneras diferentes. Hay además un campo de experiencias previas que nos han atraído desde siempre en torno al espacio público o a la arquitectura efímera, desde los jardines relámpago de Matta-Clark hasta el vacío cargado o el según se encuentra de Alison y Peter Smithson.
– La diferencia con los jardines relámpago es que lo vuestro está de la mano de las instituciones haciéndolo más positivo.
Desde luego. Comentábamos que se podría elaborar una representación cartográfica de la ciudad en el que se marcasen los espacios apropiables por la ciudadanía, el patio del Colegio de Arquitectos era uno de ellos, umbrales de situaciones intermedias, que en ciertas épocas del año pudieran ser disfrutados por todos. La especialización de ciertos lugares en la ciudad acaba haciendo que sean infrautilizados, esa especialización es contraproducente. Mientras el sistema de edificios y construcciones permanece invariable, la red pública parece alimentarse continuamente de situaciones coyunturales, las investigaciones que nos interesan de décadas anteriores han significado un aprendizaje sobre la verdadera calidad de la ciudad, que no reside en sus formas sino en el vacío público. En la masa informe llena de posibles adherencias, como esa burbuja del Colegio que se “empasta” a la Plaza de San Pedro, es posible una habitabilidad blanda que refunde la división artificial entre lo privativo y lo participado. El arte puede inventar modos de alteración, mecanismos que como caballos de Troya transformen la ciudad consolidada.
– Comentas que la arquitectura puede ser un lujo, pero que el proyecto es necesario.
Claro. Puede ser entendido como un lujo desde el punto de vista de las limitaciones presupuestarias y normativas, o de las relaciones con el cliente, sobre todo si no se entiende que puede ser una inversión de calidad futura y de valores añadidos. Pero la herramienta del proyecto de arquitectura es necesaria. El ser humano tiene que poder imaginar una ciudad mejor y un mundo mejor. Chesterton decía que la literatura podía ser un lujo pero que la ficción era una necesidad.
– Eso tiene que ver con el título de tu libro… Sueños y polvo
Bueno, el título surge como otro de esos descubrimientos en el proceso. Ricardo Lampreave –mi editor, mi cómplice y mi amigo– y yo, nos dimos cuenta de que el sustrato común en todos los cuentos de los sospechosos habituales, que tenían orígenes diversos, era el tiempo. Me parecía bonita la idea del cuento porque me gusta explicar su similitud con el proyecto de arquitectura. Creo que el proyecto está a medio camino entre dos géneros literarios, el cuento y la novela. El cuento tiene esa capacidad evocadora que hace que las cosas puedan convertirse en realidad y la novela es el intento de explicar la globalidad del mundo, casi la metáfora de la ciudad. La experimentación, la inmediatez, la compacidad, el valor del fragmento y el detalle del cuento. El tapiz que se dispara en múltiples direcciones, el collage contemporáneo, la vocación de globalidad y el sistema de la novela. Sueños y polvo es un guiño a Nabokov. Leyendo Los años americanos, uno de los volúmenes de su biografía, di con una reseña suya que decía lo siguiente: Qué es la historia: Sueños y polvo. Me pareció una síntesis perfecta, por evocación y condensación, de las narraciones del libro. Era un título misterioso, como la portada, pero, al tiempo, hacía justicia al contenido.
– Robin Hood Garden… y ¿ese polvo en el que se podría llegar a convertir?
La realidad regala continuamente historias que se suman a otras para que todas sigan abiertas sobre nuestra mesa. Robin Hood Garden puede acabar convertido en polvo, como las demoliciones de Gordon Matta Clark o el trabajo del arqueólogo entendido como la búsqueda de la obra a través de los sedimentos. O Spiral Jetty: hace poco aparecía una noticia informando de la instalación de un observatorio para seguir cómo el muelle en espiral de Smithson iba mermando ante la costumbre de los visitantes de llevarse sus piedras de recuerdo. Yo siempre he contado que la obra de Smithson, los cauces de energía de unas rocas desplazadas de un lugar a otro, era un proyecto voluntariamente inacabado, una escultura o una geografía sujeta al paso del tiempo, sometida también a la acción del ciclo del agua, una obra por definición abierta, por eso esta nueva página es una reverberación más de las ideas del libro.
En el post scriptum que Juan Luis Trillo escribe para el libro hay un aforismo que me gusta especialmente, el artista es alguien que está mudando muebles continuamente de una habitación a otra.
– Lo que comentas de las piedras es lo que pasa también en la Acrópolis.
Gordon Matta Clark decía: No entiendo por qué la gente se lleva las piedras de la Acrópolis si no son la Acrópolis.
– ¿Cómo te enfrentas a la dura realidad sin dejar esta mirada tan poética?
Hay un cuento de Raymond Carver, “Si me necesitas, llámame”, que da título a una de sus recopilaciones de relatos, y que trata de un matrimonio en un inevitable proceso de ruptura que decide darse una última e improbable oportunidad, y así, cada uno despide parcialmente a su respectivo amante y se trasladan por un tiempo de descanso a una casa en el campo, hasta que en un cierto momento, ya hecha la mudanza y con los dos en aquel lugar, comprenden que se trata de un proyecto imposible, entonces la mujer dice al marido que al día siguiente cogerá un avión y volverá con su amante, el marido lo entiende y además hará lo mismo. Pero esa noche al acostarse, él se levanta y desde la ventana de la cocina ve en el jardín un caballo blanco pastando en mitad de la niebla, poco a poco se van sumando más caballos al grupo en esa visión nocturna, casi ensoñada, el marido corre a despertar a la mujer. Juntos salen al jardín y disfrutan de esa escena desvelada como en un lacónico realismo mágico, digno del mejor Carver, ponen música, bailan y se acuestan; al día siguiente cada uno seguirá su camino.
Seguro que conocéis esa definición del músico Paul Hindemith que explica la composición como un relámpago en una noche oscura, parecida a la neblina de esta noche de Carver: es como asomarse por una ventana a la noche oscura en plena tormenta de truenos, de repente hay un fogonazo de luz que ilumina todo el paisaje, en esa fracción de segundo, uno ha visto todo y nada; la composición es la paciente recreación del paisaje, piedra a piedra. El proyecto de arquitectura tiene algo de eso: una visión idealista a la que no se debería renunciar nunca, algo que siempre ha de quedar para nosotros aunque luego vengan confrontaciones burocráticas o clientelares, otras andanzas que podrían hacernos olvidar la visión que tuvimos aquella noche, que vimos aquellos caballos blancos, que bailamos, que intuimos que había cosas que en algún lugar serían posibles… siempre hay un día siguiente en que despertamos pero en el proyecto de arquitectura, de ahí su necesidad que antes defendimos, siempre debe quedar al menos la posibilidad del recuerdo de los caballos que vimos aquella noche (y que me disculpe Carver la apropiación y la desmejora). La realidad nos obliga a ser y a actuar de un determinado modo, pero en la arquitectura hay una componente de poesía que debería ser irrenunciable. El matrimonio cuando ve los caballos blancos, entiende en ese mismo instante que ellos no se reconciliarán, pero gozan de una visión poética y la disfrutan, esa visión debería ser nuestra búsqueda permanente.
– Y para ir terminando, cuéntanos un poco más sobre cómo te ves en tu papel de profesor…
Yo, como profesor, intento transmitir una forma de mirar las cosas, de aprender y de enfrentarse al hecho creativo y al conocimiento de la arquitectura. Tengo algunas virtudes y muchos defectos, pero procuro aprender a ser un buen narrador de historias esperando que algunas cobren vida propia en lo que hacen los alumnos. Toda docencia, y en su simetría indisoluble, todo aprendizaje, es una historia de transferencia, como en esos dibujos de Dennis Oppenheim con su hijo Erik del que alguna vez escribimos un manifiesto docente que titulamos Entre proyectos. En aquellos Transfer Drawings Dennis arrastraba un rotulador sobre la espalda de Erik y este trataba de reproducir el mismo movimiento sobre un muro.
En otra reverberante variación de la serie los dibujos no se realizaban sobre un muro, sino sobre la espalda del primer emisor, creándose una suerte de circuito cerrado de recepción y percepción, o de emisión y expresión, o de lectura y escritura. Se trataba de un proceso bipolar similar a aquel que sucede cuando proyectamos, la comunicación entre la mano y el cerebro, incluso entre lo consciente y lo subconsciente. Como docente me estimula pensar que estoy a los dos lados de la línea, jugando al mismo tiempo el papel de profesor y de alumno, de inductor o de mediador, de padre y de hijo, como en nuestra propia vida, y que en cualquier caso, todo lo que nos pasa acabe componiendo un dibujo ampliado en otras voces, porque nunca estamos solos. Una clase debería ser siempre una danza continua sobre la franja irreal que separa la enseñanza y el aprendizaje, la entrega y la recepción, el conocimiento y la creación, como un proyecto debería ser siempre un puente entre el hombre y el mundo.
Intento ser cercano al alumno, aunque es cierto que uno se basa en modelos y referentes. Los modelos que me han interesado o marcado han influido en mi forma de dar clase, y luego, uno siempre intenta aplicar una impronta personal en lo que hace. De todas formas, no entendería mi actividad de profesor sin la suerte de dar clase junto a Ricardo Alario y Juanjo López de la Cruz, formamos un trío formidable, juntos entendemos que nuestra historia en la Escuela es un conjunto de enriquecimientos entre alumnos y compañeros, no sabríamos hacerlo de otro modo.
– Está claro que no se puede ser un buen profesor sin transmitir ilusión a los estudiantes, ¿no?
Intentamos transmitirla. La ficción es completamente necesaria, entendida siempre con una base de realidad. El arquitecto de alguna manera es también un personaje de ficción. Nabokov decía que el escritor tiene que ser al mismo tiempo, profesor, narrador y hechicero. Así ha de ser también el arquitecto.
– ¿Qué expectativas y planes para el futuro tienes sobre esa mesa de arquitecto de la que hablas?
Mi mesa está continuamente llena de cosas y mi mente tiene siempre esta visión continua entre el arte y la arquitectura, la creación y la vida. Me gusta pensar que todo está permanentemente abierto y que las cosas van cogiendo forma de esta manera y que las cosas nunca concluyen de una forma concreta (como esta charla, muchas gracias).
Gracias a ti, Ángel, por este regalazo de entrevista.
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Autores de la entrada: Stepienybarno
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15/09/2011Creo que lo más válido en Ángel no es el conocimiento que atesora, sino cómo lo revive. Con él pareciera que las barreras temporales, aludiendo a ese devenir cíclico característico suyo, desaparecieran haciéndote sentir protagonista de una historia que no está escrita del todo, sino que se está reformulando en ese preciso instante, con él en la mesa de trabajo. ¡Enhorabuena Ángel y muchas gracias!