EL ABISMO DE LA CITA: DE MIES A SCHAROUN
Seguimos con el tema de la cita; es este caso con Santiago de Molina, allá por el 2010.
Desde Vitruvius.com.
“(…) Mies sintió fascinación por la transparente sintaxis entre los elementos básicos de la arquitectura. Aunque por medio de un sencillo sistema de suelos, pilares y losas no solo llegó a la articulación de un sistema estético completo. Por usar una fórmula conocida pero exacta, fue el único arquitecto moderno capaz de construir dórico griego.(3) Que lo hiciese con acero de alguna manera puede considerarse circunstancial.
“(…) Citar supone aprender perfectamente los objetos de origen. «Leer bien es ser leído por lo que leemos».(14) De modo que para citar bien es necesario cierta reciprocidad para llegar a abrazar un intercambio total. Y sin embargo la cita también posee un sesgo inevitablemente hostil. Como un enemigo encubierto, quien la emplea puede llegar a malinterpretar, equivocar, e incluso hacer decir al autor lo contrario de lo que piensa. Quien cita, oblicuamente, puede querer apropiarse de algo que no le corresponde. Es, por tanto, un rival o un asesino en potencia.
«La terminología que rodea al plagio posee una reveladora forma bélica, y no en vano, en el lenguaje vulgar se emplea el verbo ‘fusilar’ como sinónimo. ‘Fusilar’ no es imitar, no es estar influido por: es robar intencionadamente algo pensado por otro para hacerlo pasar por propio. Por tanto en este género de robo, que es el de la identidad (…), subyace el deseo de que el otro muera, desaparezca. El que ‘fusila’ odia sin duda al que ha expoliado.»(15)
“(…) Por otro lado la cita implica un compromiso absoluto con el original, a la vez que genera una secreta continuidad entre obra citada y obra que cita. Una continuidad inevitable de arquitectura que habla sobre arquitectura. Réplica y respuesta a otra. En buena medida una contra-arquitectura. “¿Cómo hacer continuidad, si no es con una cita?”.(21) Tal vez por eso resulta tan significativo el eslogan de los estudiantes radicales de la Universidad de Frankfurt en 1968. Solo un año después de aquella fotografía, chillaban hasta desgañitarse: “¡Que desaparezcan las citas!”.(22) Habían comprendido perfectamente que la ruptura con el pasado es imposible con un intercambio imparable de referencias; que la cita es la urdimbre básica de que se nutre el denso tejido de la cultura. Solo era posible la revolución cortando los lazos de extensión que el pasado arroja hacia delante por medio de este mecanismo.
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