EL ARQUITECTO EGOICO
Cada vez se pone más en evidencia la desconexión que tiene la arquitectura de la propia sociedad. Esta distancia, aparentemente insalvable, nos hace sentirnos incomprendidos.
A su vez, nuestro ego de arquitectos ha sido puesto en evidencia cuando han aparecido en escena nuestro star system o arquitectos con fular se han puesto a hacer casas para famosos.
Sobre todo esto y mucho más va el post de hoy. ¿Te vienes con nosotros?
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1_ MEA CULPA
Es un hecho que cuesta Dios y ayuda que aparezca un cliente que de verdad nos deje ofrecerle todo lo que podemos, desde nuestra posición de arquitectos. Normalmente, quien nos contrata se empeña en que “proyectemos” maravillosas balaustradas, molduras y visillos. El promotor de turno sigue la misma línea con la excusa de que “eso es lo que quiere el cliente”. Así, rápidamente surgen las ganas de “educar a la sociedad”, aunque luego tampoco se hace casi nada para conseguirlo.
Sin embargo, pocas veces se entona el mea culpa, se reconoce que hemos pasado en moto de hacer entender a la sociedad cuáles son nuestras fortalezas y por qué, realmente, somos útiles. A cambio, desde más de una poltrona se ha ofrecido la peor cara de nuestra profesión: un ego desbocado que sólo nos ha hecho daño.
Mientras escribimos estas líneas nos viene a la cabeza la anécdota que nos contaba un amigo aparejador que sufría los berridos y salidas de tono del arquitecto. Así que, aunque estaba acostumbrado a oír bastantes improperios, cuál fue su sorpresa cuando un día llegó a la obra y se encontró al arquitecto en cuestión dando martillazos a un revoco (relativamente mal ejecutado), mientras escupía toda clase de juramentos, hasta que se le acabaron las fuerzas.
En fin… que algunos arquitectos no han ayudado nada a que se nos vea como gente normal que resuelve problemas. Más bien todo lo contrario, por culpa de uno pocos se nos ve como una profesión de lo más egocéntrica y endogámica.
Y de reconocerlo, aceptarlo y ver cómo podemos cambiarlo creemos que depende, en buena medida, el futuro de la profesión. No podemos seguir creyéndonos los reyes de mambo, imponiendo nuestra sabiduría a todo el que se acerca a nosotros; más vale dejar de dar sermones y bajar a tierra las ideas. Es cierto que otras profesiones también tienen lo suyo, pero bueno… intentaremos hacer examen de conciencia y ver que podemos poner encima del tablero.
A su vez, hay que tener en cuenta que la aparición en los medios generalistas de los arquitectos no suele ser muy afortunada. Por un lado, no hay muchos espacios donde se pueda leer de arquitectura y arquitectos con un tono normal. Normalmente son entrevistas a los pesos pesados y éstas suelen ir bien cargadas de frases de lo más egocéntricas. Por eso espacios como el “Del tirador a la ciudad” de Anatxu Zabalbeascoa o “La viga en el ojo” de Fredy Massad, se agradecen especialmente.
Como se puede leer en el blog del Sindicato de arquitectos de la mano de Peggy Deamer:
“Frank Gehry dijo una vez que si no hubiera “arquitectos estrella”, ni los arquitectos ni la arquitectura aparecerían en los medios. Pero no necesitamos este tipo de difusión, incluso cuando sea positiva. Se perpetúa la imagen de arquitecto de Howard Roark (el arquitecto de “El Manantial”) que hace que la mayoría de los arquitectos se estremezcan- no todos, debido al supercapitalimo e individualismo imperante – y también se desinfla un optimismo más productivo dentro de la profesión, que considera estos actos arrogantes como de la “vieja escuela”.” (1)
2_ LO QUE NOS GUSTA CRITICAR.
Los vanidosos nunca escuchan más que las alabanzas.
– ¿Me admiras realmente mucho? – le preguntó al principito.
– ¿Qué significa admirar?
– Admirar significa reconocer que soy el hombre más hermoso, mejor vestido, más rico y más inteligente del planeta.
– ¡Pero si estás solo en tu planeta!
– Dame ese gusto. ¡Admírame de todos modos!
– Te admiro – dijo el principito encogiéndose de hombros – ¿pero para qué te puede eso interesar?
Y el principito se fue. ¡Los adultos son decididamente muy extraños! (2)
Este extracto nos recuerda que así de extraños somos muchas veces los arquitectos, casi tanto como el vanidoso del cuento del Principito. Desde que pisamos la universidad hasta que salimos de ella, nuestro ego se va engordando poco a poco, alimentado de manera natural por el orgullo y la vanidad. Con el tiempo nos vamos convirtiendo en auténticas máquinas de juzgar y criticar todo cuando se mueva en el panorama arquitectónico (e incluso fuera de él). Esta especie de placer por avasallar sin medida (cercano al sadismo), nos lleva a perder el respeto a muchos profesionales que trabajan seriamente y hacen lo que pueden en este complicado panorama arquitectónico que nos toca vivir. Nos cuesta mucho aceptar que hay otras vías de practicar la arquitectura y que poco o nada tienen que ver con el camino elegido por cada uno de nosotros. Parece que quien no está con nosotros está contra nosotros. Y este tipo de actitudes, en realidad, solo nos lleva a la envidia y a la soberbia.
Tenemos que buscar la forma de estar unidos como colectivo, para tener alguna esperanza de cambiar las cosas, tenemos que oírnos (y escucharnos) los unos a los otros, porque todos tenemos cosas importantes que decir. No podemos seguir aupados en nuestras torres de marfil. Debemos dejar en lo más alto de la misma nuestros egos, y bajar al barro, a tocar tierra firme que nos permita mirarnos cara a cara sin el filtro arrogante de la superioridad. Cuántas veces hemos querido hablar de todo, ¡como si de todo supiéramos! Este no es el camino, ni para la arquitectura ni para la vida. Pero, ¡lo que nos cuesta no juzgar! Siempre tenemos esa tentación de pensar que el otro no está a la altura, que lo nuestro es lo mejor.
Los demás son lo que son, pero qué raras veces somos capaces de admirar lo que hacemos los unos y los otros. De hecho, incluso en la red se ve a menudo que si alguien alaba o comenta algo positivo de otros, parece que o bien es amiguete (y, por lo tanto, son halagos interesados) o parece que le está haciendo la pelota.
Rafael Moneo, suele dar gracias a Dios, por haberle dejado ver el mundo con ojos de arquitecto. Y sin quitarle razón, nosotros también vemos una parte negativa en esta mirada arquitectónica. Los mismos ojos que nos hacen gozar de lo lindo cuando vemos la arquitectura que nos emociona, son los que se lanzan machete en mano a destripar todo aquello que no ha pasado nuestro filtro de “calidad”.
Mucho ego, demasiada envidia, el orgullo a flor de piel y la vanidad por bandera. Quizás deberíamos ser castigados y se nos debiera coser los parpados como a los envidiosos y orgullosos de la Divina Comedia. O quizás no haga falta tanta crueldad y con un acercamiento humilde y sincero a la sociedad que, al fin y al cabo, da sentido a nuestra profesión, pudiera ser suficiente.
3_ EGO DESBOCADO.
Con nuestra reflexión esperamos no herir la sensibilidad de ningún compañero que pueda pensar que estemos haciendo un ataque a la profesión. Nada más lejos de nuestra intención. Solamente queremos darle una vuelta al tema para ver en qué punto nos encontramos.
El poeta taoísta chino Han Shan, allá por el siglo X, afirmaba:
“Que tontos son aquellos que se alejan de lo que es real, verdadero y duradero y en cambio persiguen las formas fugaces del mundo material, formas que son simples reflejos en el espejo del ego“.
Diez siglos después, parece que las pudiéramos usar, tal cual, para describir lo que se cuece en el coto cerrado de nuestro star-system. Y por si nos surgen dudas al respecto, solo tenemos que rescatar algunas palabras de Rem Koolhaas, para darnos cuenta de ello: “la arquitectura es una ponzoñosa mezcla de impotencia y omnipotencia que abriga sueños megalómanos para imponer y llevar a cabo fantasías y sueños”. Visto así casi dan ganas de dedicarse a otra cosa.
Estas ansias de omnipotencia y el ego indomable de nuestros arquitectos estrella no es algo que haya aparecido de la noche a la mañana. Una rápida mirada hacia atrás nos recordará historias de lucha de egos a tumba abierta entre Borromini y Bernini con campo de batalla en Piazza Navona.
Estas turbulencias se fueron agravando con la entrada en el siglo XX y la aparición de los arquitectos del estilo internacional. A modo de ejemplo rescatamos la anécdota de la carta que Le Corbusier dirige a Ivar Tengbom en la que propone su candidatura al premio Nobel de la paz por la publicación del libro “La ville Radieuse” en 1936. Aunque lo más curioso de la historia, termina no siendo la petición del maestro suizo, sino la aceptación de la candidatura.
Si nos trasladamos a una época más actual, los arquitectos que han ocupado las portadas de nuestras revistas durante los últimos años, no han sido precisamente un desecho de humildad. Recordar que la palabra humildad viene del vocablo latino “humilis” y éste a su vez de la palabra “humus”. Así que, quien pone por bandera la humildad debiera estar muy pegado a la tierra y muy lejos de los fuegos de artificio.
La arquitectura ha de ser un servicio a la sociedad, un bien que satisface necesidades, y no se podría entender sin una cierta inclinación (literal –que la rodilla toque el suelo-) de sus autores, los arquitectos, ante sus clientes: el pueblo.
Sin embargo, Frank Gehry el autor del Guggenheim bilbaíno, comenta como si tal cosa que “tu mejor obra es la expresión de tu propia persona. Tienes que comprender que ¡tu firma es única!”.
Así que, mientas sigamos pensando que nuestra firma y hacer algo diferente es lo más importante, parece que el futuro de la arquitectura seguirá siendo bastante endogámico, por lo menos en las alturas de la misma. Está muy bien querer tener una marca e incluso querer ser reconocido, pero de ahí a anteponer nuestra vanidad al servicio hay un trecho demasiado grande.
Con todo ello, la moda por tener cada pueblo su propio “Guggenheim” se fue extendiendo, haciendo las delicias de alcaldes de medio pelo que con esto de cortar cintas se vienen arriba.
Como se puede leer en el blog de Vega Solaz: “claramente esto se ha traspasado a las poblaciones más pequeñas donde si el presupuesto no llega para pagar a un arquitecto de renombre internacional, se contrata a alguno que pretenda hacer una obra que destaque por ser una abuso de la arquitectura, una obra extravagante que poco tiene que ver con el entorno y que dista mucho del “buen gusto” (aunque esta palabra sea controvertida y difícil de definir)” (3)
En cualquier caso, no menos prepotentes nos resultan muchos de los proyectos de Nouvel, que, en nuestra opinión, va combinando una de cal y otra de arena. Al respecto de su torre Agbar, José Luis Mateo comenta, “La pretensión del señor Nouvel de construir en medio del desierto su icono autocelebrativo es verdaderamente repugnante.”
Pero, por no ser tan negativos y pesimistas, vamos a rescatar de la quema de brujas a tres nombres del Star system que entendemos que poseen un ego bastante más calmado (y una sensibilidad a flor de piel): Peter Zumthor, Alvaro Siza y Glenn Murcutt. Todos ellos son premios Pritzker que realizan una arquitectura sensata y honesta que nada tiene que ver con la arrogancia de los divos antes citados. Se pudiera decir que unos son la cara amable de la moneda, mientras que los otros son el abanderado de la cara agresiva y egocéntrica de la misma.
Así que, para cerrar el artículo de hoy, nada mejor que hacerlo con las palabras del arquitecto australiano, “En la vida, la mayoría de nosotros vamos a hacer cosas comunes; pero lo más importante es hacerlas extremadamente bien para poder ir a la playa sin que te reconozcan o se sepa quién eres; porque lo importante es la excelencia en el trabajo y no el ego ni la fama”.
Todo un ejemplo a seguir.
(1)_ Menos ego en los arquitectos (por Peggy Deamer)
Menos ego en los arquitectos (por Peggy Deamer)
(2)_ Extracto de El principito –Le Petit Prince- de Antoine de Saint-Exupéry
(3)_ El ego del arquitecto
http://www.vegasolaz.com/el-ego-del-arquitecto/
Autores del post: Stepienybarno _ Agnieszka Stepien y Lorenzo Barnó
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3 COMENTARIOS
StepienyBarno
02/03/2017🙂
Áurea
20/02/2017Estupenda reflexión, enhorabuena.
Alvaro Ruiz
20/02/2017Un bonito artículo! Creo que es tan necesario entender el objetivo de nuestra profesión es servir a la sociedad y a los clientes …