Como continuación de la última entrada voy a contaros una de tantas situaciones ridículas y estúpidas por las que he pasado en mi impresentable trayectoria profesional y que aún me deja la boca amarga y la cara de tonto. (Modifico cualquier detalle que pudiera hacer sospechar a mis lectores más cercanos -o incluso a los protagonistas, si llegaran a leer esto- a quién me estoy refiriendo. Por otra parte, como ya conté la otra vez, podría ser cualquiera. Creo que esta historia la hemos sufrido todos muchas veces).
Esta vez me llamó un matrimonio y quedamos en un bar-restaurante al lado de la parcela que habían comprado y en la que se querían construir una casa. Me invitaron a la cerveza que me tomé mientras él sacaba con amor unos papeles, los ponía sobre la mesa y me los explicaba.
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