ADIOS A JOSE SARAMAGO
El pasado viernes 18 de junio, nos dejó uno de los escritores más interesantes del siglo XX, a la edad de 87 años. En su memoria, hoy os queríamos animar a leer un precioso texto que en su día escribió, el nobel portugués, en referencia a uno de nuestros arquitectos de cabecera, su compatriota, Álvaro Siza.
Toda arquitectura presupone una determinada relación entre la opacidad natural de la mayoría de los materiales empleados y la luz exterior. Los gruesos muros románicos se abrían difícilmente para que la claridad del día moviese, en un espacio que parecía rechazarlas, las sombras que precisamente acabarían dándole sentido. La sombra es lo que permite hacer la lectura de la luz. El gótico se rasgaba verticalmente en vidrieras que, dando paso a la claridad, al mismo tiempo la matizaban para rescatar en el último instante el efecto misterioso de la penumbra. Incluso en los modernos tiempos, cuando la pared es, en gran parte, sustituida por aberturas que casi la anulan, que la hacen desaparecer en absurdos revestimientos de vidrio que diluyen sus propios volúmenes en un proceso de caleidoscópicas reflexiones y proyecciones, la necesidad de apoyo del que el ojo humano no puede prescindir busca ansiosamente un punto sólido desde donde descansar y contemplar.
No conozco en la arquitectura moderna una expresión plástica en que el primordio de la pared sea tan importante como en la obra de Siza Vieira. Esos muros anchos y cerrados surgen, a primera vista, como enemigos inconciliables de la luz, y, al dejarse finalmente abrir, lo hacen como si obedeciesen contrariados a las inaplazables exigencias de la funcionalidad del edificio. La verdad, según entiendo, es otra. La pared, en Siza Vieira, no es un obstáculo para la luz, sino un espacio de contemplación en que la claridad exterior no se detiene en la superficie. Tenemos la ilusión de que los materiales se volverán porosos a la luz, de que la mirada penetrará la pared maciza y reunirá, en una misma conciencia estética y emocional, lo que está fuera y lo que está dentro. Aquí, la opacidad se ha hecho transparencia. Solo un genio sería capaz de fundir tan armoniosamente estos dos irreductibles contrarios. Siza Vieira es ese taumaturgo.
2 COMENTARIOS
butengoa
25/06/2010Husmeando en el blog «Hacedor de Trampas» [http://hacedordetrampas.blogspot.com/] he encontrado esta cita de Oteiza que me ha remitido a lo anterior:
«Odio la obra de arte. El arte no está en las estatuas, está fuera, en otro sitio.»
Es curioso, Saramago habla al interior de la estatua y Oteiza busca en el exterior.
Cuanto poder el de la forma.
El poder del límite.
Alvaro Perez Rey
21/06/2010Saramago no ponía signos de puntuación a sus frases y eso le hacía rudo y áspero. No entendí la razón de esa descortesía hacia el lector hasta que en una entrevista que le hízo Sanchez-Dragó comentó que en las estatuas había una piedra interior que no sabía que era estatua y que el escribía para esa piedra. Fué entonces cuando le empecé a entender (aunque nunca me he tomado la molestia de poner los signos de puntuación a su prosa y por lo tanto nunca he acabado un libro suyo) esa procupación axiologica y topológica por el límite y la relación entre interior y exterior se aprecia ahora en estas certeras palabras sobre Alvaro Siza.