EL ESTILO DE LA ARQUITECTURA.
Hoy nos centraremos en la excesiva tendencia que, en nuestra opinión, adquiere el arquitecto hacia derroches formales innecesarios y que no hacen ningún bien a la arquitectura.
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Nos guste o no, la arquitectura está compuesta de forma y fondo. Como decía Kahn, la forma es el “que” y el diseño es el “como”. La forma es lo que vemos y por tanto siempre está ahí, pero el fondo no es tan evidente y en ocasiones hay que buscarlo con cierto ahínco, llevándonos en más de una ocasión la sorpresa de que al hacerlo no encontramos absolutamente nada. A este respecto comentaba Borges,
“la gran culpa de muchos arquitectos actuales no es el abuso de las genialidades deslumbrantes, sino la circunstancia banal de que infatigablemente las buscan y de que infatigablemente no las encuentran”.
Como casi siempre, el gran delito es intentar que nuestras obsesiones sean un fin en si mismas, en vez de un medio para alcanzar la magia de la arquitectura.
Aun con todo, parece que a muchos arquitectos les cuesta despojarse de sus gustos formales, y acaban produciendo arquitectura “de autor”, que en muchas ocasiones no se adapta para nada al lugar donde se ubica ni a las necesidades reales del futuro usuario. Esta tendencia hacia lo formal, en cierta manera, es una herencia del mal entendimiento que se ha hecho de la arquitectura moderna. El estilo internacional nació con unos condicionantes y tenía por bandera ir contra todo estilo preestablecido hasta ese momento. Sin embargo, en nuestros días lo que se sigue haciendo es plagiarla de la peor de las maneras, quedándose la arquitectura con la pura forma del estilo internacional; es decir, seguimos copiando estilo en vez de conceptos. Como apunta Carlos Puente, “algunos arquitectos tienen la mala costumbre de confundir la austeridad y sencillez con la estética de un campo de exterminio”.
Cierto es que cada vez es más difícil no caer presa del atractivo visual de los proyectos que inundan todas las revistas especializadas y cientos de blogs de arquitectura; el estilo suele hipnotizar la cordura de quien las ojea. Hace no muchos años, la ausencia de información y el aislamiento al que estaba sometido este país, hacían que a cada proyecto que se publicaba se le sacase chispas. Hoy con la sobredosis de información que estamos padeciendo, y que es fiel reflejo de la época de consumo desbocado que nos toca vivir, sucede todo lo contrario. La arquitectura ya no se estudia, ahora se consume y si puede ser de manera ligera, mejor que mejor. Leer con tranquilidad sobre arquitectura, parece una práctica de otro siglo. Ya nos lo avisaba nuestro querido Coderch, “hay que huir de las modas, y la forma de escapar de ellas es conociéndolas lo menos posible, para evitar el camino fácil que supone seguirlas”. Así que, ante tantas modas efímeras y tanto desarrollo de nuevas tecnologías (y su correlación en espectaculares infografías), se acaba distorsionando la verdadera esencia de la arquitectura. Con todo ello, poco a poco, vamos cayendo presa de las mayores locuras formales que jamás hubiéramos podido imaginar. Da la impresión, de que lo importante es lo que las cosas parecen ser y no lo que realmente son.
A su vez, la mayoría de los arquitectos tienen una especie de arquetipo de belleza metido en la cabeza. Algunos no están dispuestos para nada a renunciar a “su” ideal de lo que es bello y de lo que no lo es. Algo que para la mayoría es tan común como hacer una cubierta a dos aguas, a otros les parece lo más horrendo del mundo. A este respecto hace un tiempo le oímos contar a Igancio Vicens una curiosa anécdota narrada en primera persona. En ella venía a recordar, que cuando un cliente le propuso hacer una cubierta a dos aguas (ni siquiera tenía que ser necesariamente de teja), le respondió con tono jocoso y un tanto irónico, que no podía hacerlo porque se lo prohibía su religión!. Al final, ante la insistencia del cliente que le insinuó que lo que sucedía era que él no era capaz de hacer una buena casa si no se le daba libertad total. Vicens cedió y terminó proyectando una excelente vivienda con sus tejaditos inclinados.
Bastante alejando a estas ideas preconcebidas de belleza parece que funcionaba nuestro Alejandro de la Sota. El maestro gallego afirmaba que si después de todo el proceso del proyecto, veía que el resultado le parecía demasiado atractivo, significaba que se había dejado llevar por su ideal de belleza y que el planteamiento seguido no era tan bueno conceptualmente como debiera haber sido. Por esta razón volvía a empezar de nuevo. En la misma línea de pensamiento, Zumthor comenta, “No hay que enamorarse de la calidad gráfica de nuestros dibujos, no debemos confundirla con lo que constituye realmente una cualidad arquitectónica”. Curiosamente, mientras ellos parecen huir de lo “bonito”, el arquitecto del starsystem Frank Gehry sigue afirmando que “todavía me resulta difícil definir qué es la belleza; tan pronto como tratas de hacerlo, ella te rompe tus esquemas. La belleza es escurridiza”.
Para terminar de fijar esta idea del posible embrujamiento al que se someten algunos proyectos a través del dibujo rescatamos las sabias palabras de Chillida.
“Siempre he tenido una facilidad grande para dibujar, pero había una serie de cosas sobre las que yo no veía cómo iba a tener control. Un día me di cuenta de que probablemente lo que me apartaba del camino para profundizar más era precisamente la facilidad de mi mano. Tomé la decisión esa misma noche. Una noche realmente decisiva porque marcó toda mi vida, poniéndome en contra de todo aquello que te puede acercar a la facilidad. Decidí dibujar con la mano izquierda.”
Así, pudiéramos seguir con miles de ejemplos y reflexiones en la misma línea, pero desde luego que lo que preferimos es que seáis vosotros los que nos sigáis contando cómo veis este tema que da mucho más juego del que parece en un principio.
Y ya para acabar, quisiéramos hacerlo con unas bonitas líneas de Azorin que parecen venir bastante a cuento: “¿Que cómo ha de ser el estilo? Pues el estilo… Mirad la blancura de esa nieve de las montañas, tan suave, tan nítida; mirad la transparencia del agua de este regato de la montaña, tan límpida, tan diáfana. El estilo es eso: el estilo no es nada. El estilo es escribir de tal modo que quien lea piense: “Esto no es nada.” Que piense: “Esto lo hago yo.” Y que, sin embargo, no pueda hacer eso tan sencillo ‑quien así lo crea‑, y que eso que no es nada sea lo más difícil, lo más trabajoso, lo más complicado.”
“…Se olvida que es más importante seguir el estilo del lugar que el estilo del tiempo”
Asplund
Post publicado originalmente en la Plataforma de La Ciudad Viva.
Autores del post: Stepienybarno _ Agnieszka Stepien y Lorenzo Barnó
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1 COMENTARIO
Loga
17/10/2017Dando la importancia necesaria al estilo, creo que hay motivaciones que deben estar por encima, como la funcoinalidad, la seguridad, etc