ENTREVISTA CON CARLES MURO
Ephemeral Structures Competition – Grecia, 2002
Hoy os presentamos la entrevista que realizamos a Carles Muro. Como comentábamos ayer, solo podemos tener palabras de agradecimiento por el trato tan exquisito que nos dispensó en nuestra visita a su estudio de Barcelona. Con él terminamos este 2009, en el que para stepienybarno ha sido un placer poder ir publicando esta saga de entrevistas que hemos haciendo a los arquitectos que nos han ido interesando de manera especial durante este tiempo. ¡Feliz año para todos!
– ¿Qué expectativas respecto al mundo de la arquitectura tenías antes de entrar en la universidad?
Esa pregunta es siempre muy difícil. No recuerdo exactamente cómo empecé en esta historia tan bonita. Antes de empezar arquitectura me compré un par de libritos en un mercado de segunda mano: uno era de Kenzo Tange, que me dejó fascinado, y el otro era “Conversaciones con José Antonio Coderch”, un libro que me marcó mucho.
Gracias a estas reflexiones aprendí una actitud ética hacia la arquitectura, que me hizo llegar a la universidad con grandes ilusiones y muchas expectativas, con la idea de intentar mejorar la realidad en la que habitamos y entender la arquitectura no sólo desde un soporte físico y técnico sino también desde un soporte más cultural.
– Y después de esa entrada tan ilusionante en la escuela ¿Cómo recuerdas ahora tu paso por ella?
Una vez dentro de la escuela, comprobé que los primeros cursos estaban un poco alejados de la propia disciplina y que materias más técnicas tenían un peso enorme. Conforme avanzas en la carrera crees que vas aprendiendo mucho de arquitectura. Y, cuando acabas, te das cuenta de lo poco que sabes.
La gente pensaba, allá por mitad de los noventa, que los arquitectos eran unos personajes que hacían unas cosas casi mágicas y sin mucho esfuerzo, y que la originalidad venia casi sola. Sin embargo el único camino que conocemos es trabajar con dedicación y esfuerzo. Si uno trata de trabajar con intensidad y dedicación, con un poco de inteligencia y sensibilidad, las cosas tienen que acabar por salir mínimamente bien.
– ¿Qué referentes recuerdas que te inculcaron y te guiaron en ese gran esfuerzo que supone estudiar arquitectura?
Como en todas las escuelas, encontré bastante mediocridad. Pero también encontré algunos profesores que resultaron de gran estímulo. Al final tienes que recorrer tu camino; a veces dentro de la escuela y a veces fuera. Estos referentes provenían de ámbitos muy distintos.
Josep Quetglas me volvió a enseñar a mirar, a leer y a escribir. Estaba en el departamento de historia. Nos enseñó a dudar de casi todo. Fueron unas clases extraordinarias…
Ignacio Paricio era un gran profesor de construcción. Me enseñó todo lo que sé de la materia, me hizo ver cómo pensar en construcción. Él no nos explicaba detalles constructivos para repetir. Nos hablaba de cómo el detalle tiene que ver con la invención de la forma arquitectónica y a plantear bien los problemas para luego entrar a resolverlos.
Dentro del ámbito de proyectos, que es donde uno concentra gran parte de sus energías, fueron importantísimos primero Moisés Gallego y, más tarde y sobre todo, Enric Miralles. Fuera de la escuela –pues no fui alumno suyo– el referente más importante sería Elías Torres, con el que colaboré los tres o cuatro últimos años de la escuela. Seguro que me estoy dejando mucha gente… De todas formas la calidad de los maestros y profesores no garantiza la de los discípulos o alumnos.
– Después de una experiencia tan intensa en el aprendizaje de arquitectura ¿Cómo crees que debería enseñarse nuestra disciplina en las escuelas?
Aún más importante que la transmisión de ideas por parte del profesor hacia el alumno, resulta la generación de ideas. Y, por otro lado, la transmisión de entusiasmo y de exigencia en el trabajo. Esto es lo que realmente es importante transmitir y ahora, a mi modesta escala, es lo que intento hacer en la escuela.
Con los buenos profesores, cuando acudías a sus clases o cuando te encontrabas con ellos, recuerdo que surgían momentos muy especiales. Todo ello justifica la asistencia a clase, ya que pueden suceder cosas extraordinarias que fuera es imposible que te pasen.
Por un lado, cada uno tiene que hacerse su propia escuela y cuando te fallan los profesores de cuerpo presente, siempre nos quedan los libros de los que podemos seguir aprendiendo. Por otro lado, es también importantísimo tener un proyecto docente, un proyecto pedagógico claro con unos temas de investigación.
– Una de las cosas que más tranquilidad da al escucharte es la confianza que translimite tu voz. Que nos cuentas del tono, ¿como lo ves?
La verdad es que el tono es importante en todos los ámbitos: hay que saber encontrar el tono.
Incluso con la aparición de Obama –más allá de las afinidades que uno pueda o no llegar a tener– ante todo se agradece el cambio de tono. Ahora existe una predisposición para que pueda haber una conversación en muchos temas. Es diálogo, es intercambio, no es una imposición.
En la enseñanza tiene que haber intercambio, tiene que haber una cierta seducción. Aquellos profesores de los que os hablaba antes consiguieron seducirme y esto, en parte, está ligado al tono.
– Y si lo traspasamos al tono en la arquitectura…
En la arquitectura es aún más importante. Es fundamental el tono de la voz con que transmites las ideas, pero aún lo es más el tono de la propia arquitectura que planteamos: el tono del trabajo en relación a cada situación. Ni gritar demasiado ni quedarse corto. Saber cuándo hay que pasar muy discretamente y cuando hay que destacar. Cuando hay que ser “monumento” y cuando hay que saber ser parte del tejido de la ciudad. El tono es importantísimo!
-¿Qué te parece la arquitectura tan mediática que nos bombardea constantemente en las revistas?
No me interesa el mundo de la competición en sí misma, y mucho menos el espectáculo por el espectáculo. Cada uno es como es, con las cosas buenas y con las cosas malas. También es cierto que al estar un poco al margen, te pierdes ciertas oportunidades. Hay gente que entra en una sala y dice “soy el mejor arquitecto del mundo” y, por increíble que parezca, si lo dice convencido, la gente se lo llega a creer. Es otro tipo de historia que a mi no me interesa…
– Este espectáculo suele ir acompañado por un ego desbordado de los arquitectos ¿Cómo ves el tema del ego dentro de la arquitectura?
A todos nos gusta despertar un cierto interés con lo que hacemos y siempre tenemos ciertas ambiciones, pero la verdad es que se están produciendo situaciones muy por encima de esta idea. Es habitual encontrarte gente con una gran ambición pero su trabajo, luego, no está a la altuna. Otros sí que han tenido una gran ambición, un gran éxito y una gran fama. Pero su excelente trabajo les respaldaba: sería el caso de Enric Miralles. Sin embargo en otros arquitectos esto se convierte en su único objetivo y, por ello, resulta realmente patético. Hay mucha gente que está en todas las revistas y, realmente, la arquitectura les interesa muy poco. Sólo les interesa la fama y el dinero. A veces estas situaciones me incomodan mucho y cojo grandes enfados. Pero no me voy a preocupar ahora porque otros entiendan el mundo de una manera distinta, pues estos enfados de los que hablo son muy poco productivos. Se pueden perder muchas energías para nuestro propio trabajo al estar pensando en lo que hacen los demás.
El éxito en sí no es malo, sólo hay que saberlo gestionar. Y el reconocimiento es muy importante. En según qué momentos es un gran estimulo, pues nos movemos en un mundo muy duro y, a veces, que alguien se fije en tu trabajo y lo valore es un buen aliciente para seguir.
Lo más importante es la valoración de los colegas que aprecias y de la gente cercana, porque a estos no les vas a engañar. Desde la distancia es relativamente fácil tener éxito y ser admirado, pero lo importante, para mí, son los arquitectos que desde la cercanía sigues admirando.
– ¿En que medida crees que afectan estos egos de los que hablamos a los alumnos?
El alumno que se deja embaucar por esta gente, es probablemente el que menos me interesa. El que de verdad es inteligente, se da cuenta que al rascar un poco no hay nada detrás. A todos nos ha pasado que nos interesa en un momento dado gente que luego deja de hacerlo. Al final valoras quines te siguen interesando después de muchos años, que la verdad es que no son muchos.
– Y para ir terminando con tu etapa de estudiante ¿Que recuerdos tienes de las relaciones con los compañeros de universidad?
Son momentos en los que todos estamos absorbiendo como esponjas, las afinidades no son con grandes multitudes, son con pocos compañeros con los que aprendes, con los que viajas, con los que compartes conversaciones en el bar o en el pasillo. En estos lugares es donde de verdad se habla de arquitectura.
– ¿Cómo valoras los viajes para aprender arquitectura?
Ahora todo lo virtual tiene gran potencia, parece que la realidad pasa a segundo plano. Es fundamental la experiencia directa con lo construido, y ver que lo que has estudiado en los libros a veces te llega a decepcionar en directo y no te aporta mucho más que lo que habías visto en las fotos de los libros y de las revistas. Pero hay otra arquitectura que supera las imágenes: y esa es la que realmente te interesa y confirma que la fotografía no es suficiente para transmitir la arquitectura.
Esto no ocurre en tantas ocasiones y, cuando sucede, es una experiencia extraordinaria. Puedes medir la arquitectura en relación a tu cuerpo, la luz real desde distintos puntos, la calidad de esa luz, entender lo común que tiene la arquitectura en cualquier parte del mundo y, a la vez, lo que es especifico de cada lugar. Se puede viajar mucho en la biblioteca pero no hay que dejar de ir a tocar las cosas. Igual que un escritor necesita leer, un arquitecto necesita experimentar la arquitectura.
– ¿Cual es el ritmo con el que te gusta viajar?
Hay veces que es mejor viajar despacio, y muchas otras he realizado viajes de locura, donde te levantas a las cinco de la mañana y te acuestas a las 11 de la noche, totalmente muerto, después de haber visto miles de obras. A veces es más importante el sólo hecho de pasear por una ciudad, perderte intentado rescatar la atmósfera del lugar, pasear por el centro de la ciudad sin rumbo fijo. Es lo que te hace entender que Londres sea Londres y París sea París. Hay muchas maneras de viajar y depende mucho del momento de cada uno. Todo lo que ayuda a aprender arquitectura no tiene reglas fijas.
– En el tránsito entre la universidad y el mundo real, estuviste casi dos años con Álvaro Siza, ¿qué es lo que más recuerdas de esta experiencia?
Yo estudié muchísimo a Álvaro Siza desde tercero de carrera. Conocía ya a Siza como arquitecto. Luego, al estar en el estudio, aprendí de Siza como persona, de su constancia, de su brutal capacidad de trabajo. Tuve la suerte de poder compartir con él muchas horas de visita de obra en Santiago de Compostela.
El proyecto del jardín anexo al museo se hizo con muy pocos planos, lo que nos obligó a viajar durante siete meses todos los fines de semana a Santiago. Aquí, nuevamente, Siza da una lección de saber encontrar el tono para cada situación. En este proyecto Siza deja, de alguna forma, de estar presente como arquitecto. Lo que se plantea tiene mucho más que ver con la lógica de cómo se mueve una persona por una pendiente, de cómo debe discurrir el agua… todos estos conceptos superpuestos van mas allá del lenguaje y de la época. Todo esto da confianza en la propia arquitectura.
Lo más difícil fue irme del estudio. Estaba demasiado bien, pero necesitaba hacer mis propias cosas y empezar a equivocarme por mi cuenta.
– Si te parece bien, después de este barrido por tu etapa estudiantil, pasamos a ver cómo fue el salto a la vida fuera de la facultad ¿cómo ha has ido organizando el estudio durante estos años?
No tuve nunca una agenda concreta,- Uno avanza por la vida y se va encontrando con personas con intereses comunes Vas colaborando, se van consolidando unas relaciones, otras no. El trabajo siempre es en equipo: esto es incuestionable, ya nadie puede ir solo. Lo ideal sería hacer equipos específicos que se adecuasen por sus características a una problemática concreta.
Durante un tiempo mantuve una especie de “promiscuidad” para luego pasar durante años a compartir el trabajo con Charmaine Lay. Además compartíamos a veces trabajo con otras personas. Luego esto también cambió. Uno se va encontrando con diferentes situaciones y conoce gente nueva a la vez que consolida relaciones antiguas.
Se debe pensar en equipo. Por el propio bien de la arquitectura, debe haber una cierta destrucción de la autoría. No es tan importante saber a quién se le ocurre determinada idea, sino ver cómo entre todos podemos llevar adelante el planteamiento elegido para un proyecto concreto.
– Cuéntanos un poco de tu día a día. ¿Que tal organizas tu tiempo?
Fatal: estoy siempre desbordado!
Incluso con poco trabajo, uno hace muchas cosas y muy dispersas. Además de seguir planteando concursos y llevar las obras que tenemos en curso, están la docencia, los escritos… siempre falta tiempo, siempre tengo la sensación de que todo se puede hacer mejor. Siempre puedes elaborar más un proyecto. Todo se puede mejorar. Si tienes un proyecto trabajas catorce horas y, si tienes diez, también.
– Con una agenda tan complicada y con tantas actividades en paralelo, suponemos que el tener un horario será casi una utopía! ¿Tienes un horario fijo de trabajo?
Sí, siempre empiezo muy pronto y siempre acabo muy tarde!
Hay tantos factores que influyen en cómo se desarrollará cada día que no puedo tener una rutina. No soy capaz de conseguirla. No se muy bien donde empezaré el día ni donde lo acabaré. Las primeras horas del día sin teléfono son las mejores horas de producción de arquitectura, lo mismo que los fines de semana. Al final hay que hacer coincidir muchas agendas, y esto dificulta el tema de la rutina.
-Desde que empezaste la universidad te ha gustado ir sintetizando algunas de tus ideas o intereses en pequeños relatos arquitectónicos. Todos estos escritos recientemente se han publicado en un precioso libro llamado “Arquitecturas fugaces” ¿Qué nos cuentas sobre ellos?
En fondo son como autorretratos. Cuando uno habla de algo no pude dejar de hablar también de sí mismo. A mi me cuesta mucho escribir. Los artículos que escribo, son instigados por amigos o por alguna publicación. Estos textos a veces no nacen tan cortos, no siempre son así. Sufren un proceso en el que en ocasiones voy quitando cosas y, otras veces, añadiendo. A veces no sabes como encajar bien el texto hasta dejar lo esencial.
Estos textos me sirven para aclarar y fijar ideas. No tengo la necesidad de ponerme a escribir, aunque también es cierto que una vez que lo hago me ayuda a ordenar mis pensamientos sobre las cosas que me interesan. Intento racionalizar el interés que me despiertan determinados temas, dándole una estructura y condensando mucho las ideas en relatos muy breves.
Estos temas cada vez coinciden más con lo que vamos desarrollando en los concursos del estudio, con la propia obra construida y con la actividad docente. Los intereses van superponiéndose. A veces se escribe sobre los demás para entenderse a uno mismo.
-Tus encargos han sido provenientes de participar en concursos públicos de arquitectura. Quizás se puedan entender como nexo de unión entre tu interés por la docencia y la investigación y la propia construcción de arquitectura ¿Cómo ves este mundo?
Son un mal necesario y son también una oportunidad. Tenemos claro que los concursos que hemos ganado no son necesariamente nuestros mejores proyectos. Hemos hecho proyectos mucho más intensos que no han ganado.
Las condiciones de los concursos son casi siempre mejorables. No siempre tienen criterios claros y muchas veces no es ni tan sólo necesario el propio concurso.
La Administración no ha entendido la especificidad de nuestro trabajo. Se convoca un concurso de arquitectura como si fuera un concurso para comprar sillas para una Consejería o un Ayuntamiento. Es evidente para cualquiera que el mejor arquitecto para un determinado trabajo no es necesariamente quien se compromete a redactar el proyecto por menos dinero y en menos tiempo. En cualquier caso, el proyecto será distinto. En cambio si la silla que te ofertan es de la misma calidad, y es más barata y te la traen antes, si que será lógico que gane esta opción…
– Las bases de los concursos cada vez parece que favorecen menos al que se pueda plantear una arquitectura desde estudios de una escala pequeña ¿cómo ves la cantidad de requisitos que piden para presentarte a muchos de ellos?
Una de las cosas que me parecen más absurdas es que, para presentarte a un concurso de un hospital, te pidan haber echo varios hospitales en los últimos tres años, los metros cuadrados construidos y el presupuesto: cuestiones cuantificables pero sin ninguna referencia a la calidad. Esto es una locura. Seguramente, la mayoría de las veces el primer hospital pueden ser también el mejor, pues se ha aportado una energía y una ilusión inigualables. Y el que ha hecho quince hospitales y es un supuesto especialista, difícilmente plantea proyectos tan interesantes. La falta de experiencia en arquitectura puede ser muchas veces una cualidad, pero nunca se valora como tal. Conlleva un riesgo aparentemente excesivo.
En otros países se combinan en el mismo concurso, en la misma discusión, gente muy experimentada con otra que lo es menos. Esto es como los bancos que solo dan dinero sólo al que ya lo tiene. S ino has hecho nunca una escuela, nadie te la encargará. Parece que nunca podrás hacer nada que no hayas hecho ante.
– Suponemos que los plazos y la parte económica del mundo de los concursos, también los ves muy mejorables…
Los plazos que se están dando son a menudo indecentes. Dos semanas no es tiempo para el estudio y la investigación. No estamos en una sociedad de posguerra donde se pueda justificar esta urgencia. Se debería planificar mejor y no es lógico que nosotros tengamos menos tiempo para hacer las propuestas del que luego la administración tiene para estudiarlas o, simplemente, para comprobar la documentación administrariva. Esto no puede ser. Hay que incorporar más reflexión. Antes los concursos eran auténticos laboratorios y ahora son casi respuestas sin pregunta, pues no da tiempo ni a elaborarla. Todo esto favorece un cierto perfil de empresa en que su dedicación al proyecto es directamente proporcional al tiempo y a los honorarios disponibles y, por tanto, el tema de la calidad, en muchos concursos, está en segundísimo plano. Por otro lado, no podemos permitirnos no hacer concursos pues es nuestra única alternativa.
– ¿Qué nos cuentas de los jurados?
Siempre es deseable que haya en el jurado arquitectos de calidad aunque, como cualquiera, se puedan equivocar. Eso siempre lo miramos en las bases antes de decidir presentarnos. Hay jurados y mesas de contratación que no nos parecen garantái de calidad y ni nos planteamos hacer el concurso.
Por otro lado, los miembros del jurado cumplen también la función de traducir nuestro trabajo a otras personas que participan en el proceso, como pueden ser los políticos, y que también tienen que estar implicados en la selección. No todos tienen que ser arquitectos. De hecho, es importantísimo el diálogo entre los distintos agentes. La sociedad no termina de entender nuestro trabajo y cree que tiene que ver con una cierta artisticidad en la construcción. Muy poca gente entiende cual es nuestra labor. No hemos sabido transmitirlo a la sociedad. Está claro que, en este aspecto, hemos fracasado como colectivo.
– Y si pasamos a intentar entender de dónde vienen muchos de tus planteamientos en estos concursos de los que nos hablabas, quizás Alejandro de la Sota y sus diagramas han podido ser una buena influencia. ¿Qué nos cuentas de é?
Para mí, Sota siempre ha sido difícil de entender. Lo mismo que me fascina, a veces me incomoda. Esos diagramas que él dibujaba pueden contener más de un proyecto. No sólo el que se acabó construyendo. El famoso boceto de la sección del gimnasio es algo verdaderamente emocionante. Es un ejercicio brillante ser capaz de explicar un proyecto de una manera tan bonita y sencilla. Las ideas de los arquitectos se pueden medir por el potencial de generar nuevos proyectos. No deberían agotarse en si mismos. De la Sota tiene ese valor por encima de su atrayente personalidad. Con él estuve sólo una vez: el día en que murió Coderch. Yo estaba en segundo de carrera y me apunté a un viaje a Madrid con los de sexto. Sota dio una clase fantástica en el mismo gimnasio. Desde allí explicó cómo el arquitecto debe tratar siempre de dar liebre por gato (de igual manera que él lo hizo con la propia cercha del aula donde estaba dando la charla): interpretar bien las demandas del cliente, pero siempre tratando de ir más allá. El proyecto no es una hoja en blanco, nuestras respuestas no parten de cero, sino que lo hacen desde todo lo que antes hemos proyectado y desde todos los proyectos de la historia de la arquitectura.
– En tus propuestas siempre se ve un diálogo entre el pasado y el presente ¿Cuál es tu manera ser actual y a la vez que no renunciar al pasado?
Tenemos que repensar nuestro presente constantemente. Ser sensibles a los cambios tecnológicos que se van produciendo, entender cómo se estructura la sociedad. Todo ello no puede dejar indiferente a la arquitectura. No puede ser que la vivienda que estamos construyendo hoy sea igual que a las de hace cincuenta o sesenta años. Es inevitable formar parte de nuestra sociedad, pero es muy difícil ser contemporáneo.
El atractivo de Gaudí, para mí, no tiene que ver con su capacidad formal, sino con el gran arquitecto que era. Cuando visitamos el parque Güell, vemos cómo la adecuación a la topografía es extraordinario, su construcción es fantástica, es toda una lección de descarga de fuerzas y hoy día grandes calculistas japoneses están todavía aprendiendo de estas estructuras. No es forma sino fondo. A mi me costó mucho entender a este arquitecto que daba respuestas exactas y concretas para el tiempo en el que él vivía.
La realidad es muy compleja. Todos vivimos en la sociedad de la información. Pero el modo en que esta realidad se tiene que incorporar en la arquitectura no está tan claro. En el fondo, ser críticamente contemporáneo es muy difícil. Pasan demasiadas cosas, estar al día de todo es imposible. El arquitecto podrá ser muchas cosas, pero ejerce también un oficio en el sentido antiguo de la palabra. La arquitectura tiene que ver con cosas tan elementales como el cobijo. Tiene que ser un servicio. Al final se trata de ver donde tus intereses personales y tus obsesiones acaban coincidiendo con necesidades más públicas y colectivas. No hay que olvidar que, por muy actuales que queramos ser, el ser humano sigue haciéndolo casi todo como siempre, y esto no puede obviarse.
– Todas estas ideas y planteamientos que nos cuentas ¿cómo ves que se pueden representar mejor tus proyectos?
Pensamos que nuestros proyectos, en general, se pueden explicar mejor en sección que en planta. Sin embargo, cuando investigamos el tema de los auditorios, destaca más la organización espacial. Los recuerdos siempre aparecen y muchas veces la clave es encontrar que es lo que representa mejor el proyecto en cuanto que anticipa una realidad. A veces es un diagrama, a veces una sección, a veces una imagen…
– ¿Qué tal llevas el paso de esta representación en el papel a la propia construcción?
La realidad es que llegas hasta donde puedes. Lo importante es tener claro lo que es esencial en el proyecto y lo que no. Es decir, lo que es negociable y lo que no es negociable. Puedes haber pensado y dibujado cada centímetro de una barandilla pero, en un momento dado, si se tiene que cambiar sabes si puedes hacerlo, con la seguridad de que eso no afecta a la esencia del proyecto. Lo que no se puede cambiar es lo que mutila el proyecto. No hay que dramatizar con cada matiz de la obra.
De todas formas no creo que los proyectos sean para nada tan perfectos. Siempre quedan demasiadas cosas por pensar, así que hay que tener más claras las estrategias que las soluciones. Es lo que te hace reconducir el proyecto en un momento concreto. Es un tema de rigor y de exigencia. El rigor es una forma de pensar, no un resultado formal a priori.
En nuestros proyectos hay pequeñas familias y temas que se enlazan pero formalmente no se parecen demasiado.
¿Qué expectativas tienes de cara al futuro?
Al final todo dependerá de los concursos que salgan, de que cumplamos los requisitos para presentarnos, de los que ganemos… de motivos muy azarosos como para prever nada. Lo más importante sería dar continuidad a nuestro trabajo. Ojalá podamos construir varias cosas a la vez. Es muy saludable saber desdramatizar, y con un solo proyecto en construcción resulta muy complicado. Si algo no sale bien en la única obra que tienes resulta dramático. Esa sería una buena expectativa.
5 COMENTARIOS
José Aguilar
09/02/2010Coincidï con Carles en Londres cuando el enseñaba en el AA, creo que ha mantenido el mismo espíritu fiel a un tono adecuado. Gran concocedor de la arquitectura y de los grandes arquitectos. Haciendo arquitectura callada desde la palabra y la forma. Magnífica forma de compartir ideas y formas de entender arquitectura.
alumna
10/01/2010¡Se me ha hecho corta la entrevista! soy alumna de Carles y la verdad es que desprende conocimientos en cada palabra que dice… No me había imformado de su carrera profesional y me ha parecido de lo más interesante!
¡Me pasare más por este blog! 😉
brijuni
31/12/2009Qué bien, un arquitectos sin obsesiones mediáticas y, según decís, con un tono de voz estupendo para charlar, no?
Muy buena elección para acabar el año, chicos, enhorabuena. Ojalá podamos ver a Carles por Madrid en el 2010.
C C A D – Daniel Moyano
31/12/2009Estupenda entrevista, y perfecto final de año!
No dejo de descubrir arquitectos en vuestro blog! Realmente un tipo muy interesante y al que da gusto leer, así que me imagino lo que será conversar con él.
Un saludo y buen año!
ana
31/12/2009Este hombre dice tantas cosas interesantes que no se con que quedarme. Me encantó Carles Muro. !Gran final de año!