ARQUITECTURA SIN PAÍS
Nos llega este interesante texto de Francisco Alonso. Esperamos que sea de vuestro interés.
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“Maravillosos son los Dioses, pero más maravillosos son los Hombres, más maravillosos aún el Gallo y la Gallina, aunque más maravillosos todavía son la Mesa, el Banco y la Silla…”
Es William Blake en su defensa de la facultad propia del hombre: la imaginación.
Lo imaginativo es la potencia de todo lo real. Ver lo maravilloso fundado en el anhelo de una vida diferente origina tan humildes estrategias de vivir, como la mesa, el taburete y la silla…, cuyo fin no es otro que duplicar la vida, oponerse al vivir repetitivo y biológico, no para conservarse sino para buscar ser más.
La causa de lo que deberíamos entender por Arquitectura Moderna no procede de un mero punto de vista estético o técnico, sino que está determinada por un cambio históricamente necesario de la función de la Arquitectura en la sociedad.
Esa causa es contra el nihilismo.
Porque el nihilismo es siempre un decir y un hacer contra la vida, pero no de la vida como ideal abstracto y supraindividual, sino de la terrenal individualidad y única propiedad.
La real y única condición humana.
No debemos engañarnos, el único acceso al mundo es a través de nosotros mismos, desde nuestra individual y singular vida, que no debe sacrificarse a ascetismos o verdades que se pretenden supremas.
Dar forma y amparo a la esperanza de la multiplicidad de libertades que hacen merecer ser vivida la vida, fue la causa de la Arquitectura Moderna.
La demolición intempestiva de la Casa Guzmán de Alejandro de la Sota, el arquitecto de la obra más importante y radical del funcionalismo europeo: el Gimnasio Maravillas, es la crónica de una demolición ya anunciada desde un principio, su materialidad que no estaba protegida contra el envejecimiento abría camino a la nueva obra surgida por decisión de la misma propiedad, un engendro si se quiere, pero procedente de modelos de reconocimiento y dominación reaccionarios entronizados por la revista “Hola” o por el gusto de nuestra propia Monarquía, ejemplos vivos constituyentes de la educación y la cultura popular.
Para los arquitectos que durante la Dictadura Franquista y la Transición adoptaron una Arquitectura Moderna centrada en la autonomía de su propia ley formal, pero indiferente a su carga revolucionaria social y a su implícita cultura de liberación, su experimentum crucis fue la vivienda, la habitación humana.
Fue insuficiente trasladar los inalienables modelos originales de aquella revolución a un posibilismo que permitiera ser condescendiente a su vez, tanto en la esfera privada como en la pública, con la autarquía.
Nada está más lejos de una cosa que aquella a la que se parece.
Si de la Arquitectura se espera que tenga un papel educador, esas concepciones que únicamente fueron posibles mediadas por el espíritu de clase y las relaciones profesionales que consentían salvar las contradicciones ideológicas, no sirvieron para llevar a la sociedad española al necesario mundo nuevo, a su redención.
Para entender bien la involución que significa la nueva Casa Guzmán, deben ser cuestionadas agudamente nuestras propias influencias mediante una autocrítica radical que el interesado gregarismo de los apólogos académicos trata de impedir, cuya labor por otro lado nada salva, como se ve, sino que sirve únicamente para su autoconservación en la manufactura de neófitos y en el ilusorio comercio virtual de las tesis doctorales.
No cabe imaginar una armonía preestablecida entre el verdadero arquitecto y su tiempo.
Toda razón vinculada al trabajo de la arquitectura ha de negarse a justificar la realidad socio-histórica que le toca vivir, por considerarla injusta y deformadora.
Y por ello mismo siempre ha de preocuparse de hacerla más racional y más humana.
La forma civilizada y eficiente de la barbarie está en la figura del “hombre normal”, con el que se nos persuade hoy, que en el fondo es el desmoronamiento del ser humano.
La lógica de la autarquía es impedir el pensamiento, cuyo efecto directo es la evolución patológica de España, dañada en su hipocampo cerebral, cuyos efectos son la incapacitación para la memoria a largo plazo y para la orientación en el espacio.
La indispensable superación de esta enfermedad supondría, en lo que aquí concierne, la eliminación del analfabetismo arquitectónico y la elevación del gusto, sobre la base de pensar que hay arquitectura en el hombre.
La resistencia de tantas personas fragmentadas por el fascismo en un pasado muy reciente, tuvo un punto de apoyo moral en el Soneto 66, que Shakespeare escribió contra el totalitario puritanismo inglés de su época, aunque hoy su denuncia sigue vigente:
“Cansado de todo esto, aúllo por la ociosa muerte,
al ver el mérito nacer mendigo,
y la desvergonzada torpeza alegremente ornada,
y la virtud miserablemente traicionada,
y los honores de más lustre injustamente concedidos,
y la intacta virtud brutalmente prostituida,
y la más exacta perfección inicuamente profanada,
y la firmeza doblegada por el poder corrupto,
y la creación amordazada por la necia autoridad,
y la impotencia doctorada sofocar el talento,
y a la verdad llamarla simpleza,
y el bien sometido servir al mal.
Cansado de todo esto, quisiera irme lejos, dejar el mundo.
Salvo que morir, significaría abandonar lo que amo”.
Madrid, 25 de enero de 2017
Autor: Francisco Alonso
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