SIR NORMAN FOSTER, EL PRINCIPE DE LA TECNOLOGÍA.
Sir Norman Foster es el flamante ganador del premio Príncipe de Asturias de las artes 2009.
Sólo tres arquitectos lo habían ganado con anterioridad; el brasileño Oscar Niemeyer en 1989, Santiago Calatrava en 1999 y Francisco Javier Sáenz de Oíza en 1993.
El caballero Inglés con más de 1000 trabajadores a su cargo, se embolsará la cifra de 50. 000 euros con la recogida del premio.
Os dejamos con la entrevista que El diario EL PAIS, le ha realizado de la mano de ANATXU ZABALBEASCOA
http://www.elpais.com/articulo/cultura/triunfo/arquitecto/global/elpepucul/20090521elpepicul_1/Tes
Yates y rascacielos, el nuevo autobús de Londres y el mayor aeropuerto del mundo. No hay escala ni continente que se le escape al nuevo premio Príncipe de Asturias de las Artes. El arquitecto Norman Foster (Manchester, 1935) cree que «todo forma parte de lo mismo. El mundo entero me interesa», dice. Es ese trabajo, ambicioso y meticuloso a la vez, lo que lo ha convertido en el paradigma del arquitecto global. Es el proyectista más internacional de todos los tiempos. El 80% de sus estaciones, rascacielos, aeropuertos y puentes se levantan lejos de su país: de Argentina a Qatar, de China a Marruecos. Y trabajar en cualquier lugar del planeta cambia algo más que la vida de Foster. Cambia también la arquitectura. Fiel a su imagen de profesional inquieto, contesta a las preguntas de EL PAÍS desde el avión que lo traslada a Nueva York.
«Todo forma parte de lo mismo. El mundo entero me interesa»
-¿No estará pilotando?
-No. En esta ocasión no puedo. Tengo trabajo.
Explica que ya no vuela tantas horas al mes como hace años. Aún así, durmió en Madrid, despegó en Londres y pasará la noche en Manhattan. «Dado su prestigio y mis conexiones con España [está casado con Elena Ochoa y suyos son el metro de Bilbao, la torre de Caja Madrid o el futuro Camp Nou] es un gran honor recibir el Príncipe de Asturias». Lo dice un hombre que, del Pritzker para abajo, parece tener ya todos los premios y que sigue recibiendo, y aceptando, una media de un galardón cada tres meses.
-Tras Niemeyer, Sáenz de Oiza y Calatrava, es el cuarto arquitecto que recibe el galardón. ¿Qué le parece la compañía?
-Niemeyer me parece un Héroe. Y el premio, un reconocimiento para la arquitectura. Yo creo en su poder transformador.
Él mismo, uno de los pocos proyectistas fiel a un estilo -el high tech- y a una manera -cartesiana y tecnificada- de pensar la arquitectura, se ha transformado a lo largo de los años. En su primera década en activo -los setenta- concluyó tres proyectos. En lo que va de siglo ha rubricado 100. ¿Cómo afectan esos números a su obra?
-La arquitectura es una larga espera. La semana pasada nos aprobaron el urbanismo de Duisburg, en Alemania. Hace 19 años que ganamos el proyecto. Y sólo ahora comenzaremos a plantar árboles. Los números engañan.
Más números. Tiene 74 años y no piensa descansar: «Otra vida sería tremendamente aburrida». En 40 años de profesión sus retos han cambiado. De ensayar nuevas tecnologías constructivas pasó a preocuparse por los inquilinos de los edificios, para que tuvieran luz natural y zonas de recreo. Es lo que hizo en su Hong Kong & Shanghai Bank, por entonces, 1986, el edificio más caro del mundo: «La arquitectura es cliente y usuario. Determina la calidad de vida de las personas».
Hoy sus retos parecen tener más que ver con el tamaño. Suyos son el mayor aeropuerto del mundo -Pekín- y el puente Milleau -en Francia-, de 2,46 kilómetros. Pero en ese difícil equilibrio entre lo grande y lo pequeño, los jefes y los empleados, Foster ha aprendido a aterrizar en cualquier sitio.
«Puede que cuidar la construcción de 100 edificios sea más complicado que vigilar la de tres. Pero Foster siempre construye mejor que el 95% de los arquitectos del mundo», declaraba hace pocas semanas a este diario el arquitecto indio Charles Correa. India es uno de sus nuevos retos: «Un mercado nuevo», explica.
La terminología empresarial es también marca de la casa. El año pasado, The Sunday Times colocó a Foster & Partners a la cabeza de las empresas privadas con mayores beneficios. Desde el avión asegura que la crisis también le ha afectado: «Tal vez menos que a otros porque seguimos ganando concursos y estamos acostumbrados a diversificar los proyectos».
Sus propios edificios entienden de economía. Son caros, pero resultan formalmente económicos. Discretos y alejados del espectáculo, buscan más la sólida solvencia que la sorpresa. Ninguno de sus casi 500 trabajos construidos contiene excesos gratuitos, «por eso en épocas de crisis no tenemos mucho de donde quitar». No cree que la crisis vaya a cambiar la arquitectura: «No debería. Las necesidades de la arquitectura son constantes. Son las de la gente».
¿Cree que la idea de arquitectura del Príncipe de Asturias difiere de la del Príncipe de Gales?
«Eso debería hablarlo con ellos», bromea. Minucioso y preciso, prolífico, y discreto, Norman Foster no pone jamás una pieza fuera de sitio.
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