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Blog de STEPIEN Y BARNO – publicación digital sobre arquitectura
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EL COMPLEJO DEL MUSEO DE LA EVOLUCIÓN HUMANA DE JUAN NAVARRO BALDEWEG

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Hace unos días y, siendo sinceros, atraídos más por la exposición que por el propio edificio, pudimos visitar el Museo de la Evolución Humana (MEH) de Burgos, obra del estudio del arquitecto y pintor Juan Navarro Baldeweg.

Por ello, la entrada de hoy va sobre nuestra experiencia en la visita y, poniendo por delante que no es una crítica de arquitectura al proyecto, nos apetecía compartir con tod@s vosotr@s algunas de las sensaciones que nos trajimos de vuelta a casa.

Por lo tanto, si os apeste acompañarnos en el recuerdo de este viaje, no tenéis más que seguir leyendo.

Visitar un museo, para un arquitecto, siempre es una experiencia complicada y, en muchos casos, apasionante. Si realmente te interesa la exposición, estar presente en la misma sin “distraerte” con la arquitectura no es nada fácil. Igualmente, la mayoría de nuestras visitas para ver museos, acaban “contaminándose” con las exposiciones que albergan.

De hecho, la palabra “ver” seguramente no es la más adecuada, pues la experiencia de visitar una buena obra de arquitectura lo que te hace es poder habitarla, aunque sea por unas horas.

1. MEH museo burgos evolucion _ juan navarro baldeberg _ planta _ stepìenybarno 500

Planta de situación

A su vez, antes de entrar en materia, nos parece  importante reseñar que la arquitectura de Juan Navarro Baldeweg, en general, nos parece de primerísimo nivel.

Dicho esto, nuestra llegada al museo se produjo sin mucho conocimiento de lo que allá nos íbamos a encontrar y la primera impresión resultó un tanto ambigua. También es cierto que, nuestro entusiasmo por el proyecto fue aumentando conforme pasábamos del exterior al interior.

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Fotografía: Stepienybarno

El edificio, inaugurado hace un par de años como consecuencia de un concurso celebrado en el año 2000, se compone de tres grandes volúmenes que alojan usos muy variados: Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), Palacio de congresos, y, el que más nos interesaba, la exposición arqueológica dirigida por los equipos paleontológicos de la Sierra de Atapuerca (Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell).

Los tres volúmenes  quedan recubiertos por  una piel de vidrio que, con distintos matices, da frente a la ciudad. También es cierto que, nuestra poca devoción por este tipo de fachadas, no ayudó a comenzar con buen pie nuestro encuentro con el museo.

Aun así, creemos que hay un esfuerzo evidente por realizar una obra que sin dejar de ser, en cierta forma, icónica, sea respetuosa con el entorno en el que se inserta. Por lo que pudimos deducir de conversaciones con algún burgalés, la obra ha sido bastante bien aceptada en la ciudad, aunque más de uno se quejó de que no resultaba tan impactante como el Guggenheim de Bilbao. Pero claro, en este sentido es de agradecer la contención formal del proyecto, pues el efecto Bilbao funcionó en unas condiciones muy determinadas y sus replicas, son, en el mejor de los casos, pan para hoy hambre para mañana. Citando a Juan Navarro Baldeweg, “El Guggenheim de Frank Gehry es muy formal, de efectos, y este edificio es más de relaciones”. Sin duda, mucho mejor una arquitectura que sueña con hacer ciudad en vez de imponerse al resto de la ciudad.

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Fotografía: Stepienybarno

El proyecto que ganó el concurso estaba constituido por un solo bloque en el que reinaba una mayor continuidad. Aún así, la actual ruptura en tres volúmenes creemos que tiene su interés y, a su vez, lo hace muy fácil de usar. Pero, no parece que  nuevas grietas terminen de explotar todo su aparente potencial. Desde la distancia, nos las imaginábamos como canales de actividad y nexos de unión del  brillante preludio vegetal con una parte más aguerrida y desconocida de la ciudad. La realidad, es que resultan pasos muy poco transitados, a los que las tremendas estructuras en forma de aspas pintadas de color rojo (con eminente carga simbólica en su elección ya que, con ello, se pretende evocar el ocre de la propia sierra), quizás no le ayuden a que sean espacios un poquito más acogedores.

La llegada principal  se produce por un agradable paseo que fluye paralelo al histórico río Alarzón, con una vegetación muy cuidada, diversas esculturas y una curiosa fuente que hace las delicias de los más pequeños. Estas aguas fluviales que, curiosamente, llegan desde la propia sierra de Atapuerca (uno de los principales yacimientos paleontológicos del mundo), son el perfecto preámbulo a la experiencia del museo. Desde ahí, se accede a una colina artificial, previa al edificio, cuya vegetación es una traslación literal de parte de lo  que en su día pudo haber sido la propia sierra. Con este mecanismo, se consigue una adecuada continuidad entre el exterior y el interior. Estando fuera ya se puede intuir que algo está pasando y cuando, finalmente, estás dentro no pierdes referencias con el exterior, aunque sea de manera más conceptual, como explicaremos más adelante.

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Fotografía: Stepienybarno

El acceso definitivo al edificio, se produce desde una cota (+5mts) lo suficientemente elevada como para que se entable un nuevo diálogo visual con el gran hito de la ciudad: su catedral. Según Navarro Baldeweg, “hay una intención clara para que la marquesina parezca un dedo índice que señale la Catedral”.

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Fotografía: Stepienybarno

El resto de las fachadas del edificio, tampoco se nos hacían fáciles de digerir. En uno de los laterales aparecen una serie de paneles que, creemos, quieren recrear una especie de lluvia ácida, pero más allá de estas intenciones, se nos hacía un tanto agresiva. A su vez, toda la parte posterior, termina siendo, quizás, demasiado trasera, quedando la otra fachada lateral presa de un gran esfuerzo formal, que no parece terminar de cuajar.

A pesar de todo ello, el edificio mantiene el tipo, y es de agradecer el extremo cuidado en su ejecución y los esfuerzos del proyecto por no perderse en el detalle y que cada línea (literal) está pensada y tenga su intención.

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Fotografía: Stepienybarno

Pero, vamos acercándonos al edificio que ya estamos dando demasiados rodeos! La llegada al museo, ahora sí, se produce por una marquesina de unos 5 metros de vuelo que ayuda a acotar el espacio (aunque se nos hizo un tanto alta) y mitigar el casi siempre brusco cambio entre exterior  e interior. Se agradece, nuevamente, este esfuerzo por la transición pues la entrada al interior se realiza desde una descompresión total del espacio.

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Fotografía: Stepienybarno

De un solo vistazo, se puede contemplar un gran y diáfano espacio, de 30 metros de altura, con varias bandejas situadas al fondo y en donde se alojan las exposiciones permanentes.

La luminosidad que reina en este interior se consigue gracias a  la doble piel de vidrio de las fachadas y el control lumínico de las lamas de la, también acristalada, cubierta. La sensación de paz y serenidad era estupenda, aunque no se hacía difícil sospechar el alto peaje energético que se debe pagar para conseguirlo. Aun así, seguramente esta opción tecnológica es la menos mala de las posibles para crear  este espacio.

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Vista desde la cota de acceso  (planta 0).

Fotografía: Thomas Mayer

Desde ahí, también se puede intuir  el “viaje” que se ha diseñado para el visitante. A su vez, aquellas aspas estructurales, que citábamos líneas más arriba, son las responsables de que se pueda salvar una luz de 60 metros. Esta apuesta estructural ayuda, realmente, a recrear el ambiente natural de la Sierra de Atapuerca y  es uno de las grandes apuestas del proyecto. «Desde el primer momento tuvimos claro que éste debía ser el objetivo de nuestro proyecto: lograr poner en relación arquitectura y naturaleza. Finalmente el MEH puede verse como metáfora de la vida en general y de nuestra relación con la vida y también con el sol», según, nuevamente, palabras del arquitecto.

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Axonometría del museo.

Conviene destacar que, en todo el museo se evita el ángulo recto y casi todo se “tuerce” hacia las coordenadas de la Catedral, desde el pavimento hasta los paneles informativos.

Como decimos, para nosotros la experiencia fue una auténtica promenade; un primer descenso (planta -1) nos hizo llegar, por un lado, a las exposiciones  temporales y, por otro, pudimos entrar  en la parte dedicada al yacimiento de Atapuerca. En este ámbito destacan cuatro cajas ligeramente inclinadas, a modo de “cuevas”, donde lo sonoro y la temperatura ayudan a meterte en situación. Allá, se exponen los restos arqueológicos que te trasladan a un mundo de encuentros entre Neardentales y Homo Sapiens Sapiens, la aparición del Homo Antecessor, el bifaz del Excalibur o la cadera de Elvis. Aunque el material  expuesto es de primer nivel y los paneles informativos están más que bien, echamos de menos más restos fósiles originales. A todo ello, hay que sumar que al ser la parte más atractiva del museo y la que primero se visita, te provoca un poco de agobio y es complicado estar concentrado en la propia exposición. Por ello, es más que recomendable volver a pasarse por esta zona cuando se desatasca el tráfico.

Estos habitáculos están separados entre sí por generosos pasillos que quieren evocar la irrupción del ferrocarril en la propia sierra, a finales del siglo XIX. Su llegada se realizó mediante largas y profundas trincheras excavadas en la tierra. De esta forma, los trabajadores que realizaban las excavaciones se fueron encontrando con zonas de arcilla roja y cuevas que habían quedado sepultadas por la sedimentación, conservando en su interior: el gran tesoro arqueológico de la Sierra de Atapuerca. Hoy, el museo se nutre de estas joyas prehistóricas y, a su vez, intenta trasladar los acontecimientos del entorno natural a su interior como si de una metáfora de la vida y del paso del tiempo se tratase.

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Vista del espacio central desde la cota de acceso  (planta 0).

Fotografía: Thomas Mayer

Desde esta primera inmersión se accede a un nivel de cota de acceso (planta 0) que te permite contemplar los techos de estas cuatro cajas-cuevas. En ellos, se recrean cuatro ambientes naturales de la propia sierra que completan esa otra recreación de la colina de acceso al museo que citábamos líneas arriba.

En este nivel nos encontramos dos exposiciones; una primera, obra de Elisabeth Daynès, que está dedicada a una estupenda recreación, de carácter naturalista a escala 1:1, de varios de los momentos más importantes de la evolución de nuestra especie y otra que quiere recrear un cerebro humano y, la verdad, no terminamos de entender muy bien.

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Vista del espacio central desde la planta 1.

Fotografía: Thomas Mayer

Si continuamos el viaje y llegamos al siguiente nivel, nos encontramos con el fuego como protagonista. Aquí, coge excesivo protagonismo un habitáculo esférico en el que se proyectan una serie de imágenes en torno al fuego. Quizás, el proyecto museográfico no esté, en ocasiones, a la altura de las circunstancias; eso sí, los guías del museo o, por lo menos, al guía del museo que nos atendió, además de ser un estupendo comunicador, se le notaba que sus palabras salían del conocimiento integrado y no de la lectura de unos pocos libros sobre el tema en cuestión.

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Fotografía: Stepienybarno

Y, ya, en el último nivel, se encuentra una sencilla pero completísima librería con otros servicios adyacentes. Desde ahí, se puede contemplar ese gran espacio que quiere hacer un intenso homenaje a las condiciones naturales del entorno de los yacimientos.

Juan Navarro Baldeweg, se refiere a este espacio afirmando que, “es como un gran invernadero en el cual el sustrato, lo geológico, estuviera presente, pues la recreación debajo de las trincheras… Sigues el recorrido, entras en el Museo subiendo una rampa, ves las trincheras y bajas. Y ese sentimiento de estar bajo tierra tienes que notarlo también. Y ahí se reproducen los contenidos que pertenecen al subsuelo, al sustrato.”

Así, la luz natural y la dimensión del espacio cogen su merecido protagonismo, siendo su  tamaño infinitamente mayor de lo que se pudiera esperar antes de haber entrado en el edificio. Aunque, puestos a pedir, se nos ocurre que no hubiera estado nada mal, poder llegar a una cubierta transitable desde donde poder disfrutar de una nueva postal de la ciudad.

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Vista del espacio central desde la planta 3.

Fotografía: Thomas Mayer

La visita a la exposición y al edificio, a pesar de los “peros” que hemos mencionado, nos resultó más que gratificante. Creemos que, es muy de agradecer una arquitectura que sabe encontrar el equilibrio entre lo icónico y el “anonimato” y, sobre todo, entre una parte conceptual y otra más emocional. Un fluir de estados de ánimos se despliegan en la visita al museo y eso es ya una garantía de que la arquitectura está presente y ha sabido encontrar su sitio.

En fin, de esta forma terminó nuestro paseo por el  museo y emprendimos nuestra marcha (saltándonos el espantoso puesto de regalos de la salida) cargados de unos cuantos libros que nos seguirán deleitando con este apasionante periodo de nuestra historia. Con ellos podremos seguir soñando y evocando tiempos en los que la fecundidad, fertilidad y sexualidad ocupaban un lugar preferente en el día a día de esta más que interesante sociedad matriarcal.

Todo un mundo de misterio y epopeyas que nos conecta directamente con nuestros orígenes y que nos hacen escapar, aunque sea por un instante, de esta sociedad de la razón y de lo inmediato que se ha alejado tanto de los misterios de la naturaleza y el respeto hacia nuestros semejantes.

Texto: Stepienybarno

Fotografías: según referencia.

* Este artículo ha sido escrito con carácter divulgativo y sin ningún tipo de ánimo de lucro. Así que, si te apetece compartirlo en cualquier otro medio, estaremos encantados de que lo hagas siempre y cuando cites el lugar donde lo has encontrado.

Autores de la entrada: Stepienybarno

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5 COMENTARIOS
  1. Javier García

    Soy de una opinión similar a la de Chanca.
    Visité hace unos días el museo junto con otro arquitecto, también un entusiasta de la arquitectura de Navarro, y nos pareció lamentable. Esta vez nos ha fallado.
    Es una pena que los arquitectos seamos tan poco críticos con los maestros.

  2. StepienyBarno

    Hola Jonathan.
    Nos alegra verte por aquí. La frase con la que abríamos el post era porque para nosotros es más un post distendido que una concienzuda crítica de arquitectura, para la cual, seguramente, habría hecho falta documentar mucho más el artículo.
    En cualquier caso, e independientemente del nombre que le demos, es un post para poder hablar del proyecto.
    Respecto a lo que comentas, no estamos tan de acuerdo en tu apreciación sobre el tema de la estructura, aunque sí, como ya apuntamos en post, sobre el tema de las “bandejas”. Quedan un poco vacías y, no creemos que sea buena excusa el pensar que ya se llenarán, pues, precisamente, lo que se hecha en falta es que haya más restos originales de Atapuerca en el museo.
    Muchas gracias, por tu aportación.

  3. Jonathan Chanca

    Gracias por compartir vuestra experiencia en este museo. No he entendido muy bien la frase inicial de «que no es una crítica de arquitectura al proyecto»; yo lo he asimilado exactamente así y además me gusta que así sea.

    La verdad es que tenía ganas de conocer una opinión ajena, porque hasta ahora me sentía un poco autista hablando de este edificio, ya que casi nadie de mi entorno lo había visitado. Sólo la casualidad quiso que me encontrara allí mismo a un conocido profesor de Estructuras de la Escuela de Donosti, que se mostraba encantado con el espacio (significativo, dada su especialidad), con una visión según él mucho más despreocupada que la mía. Yo no estaba muy de acuerdo con su percepción del proyecto, lo cual él achacó a mi juventud y a mi actitud crítica ante la vida, características de la edad [por si acaso, quede claro que fue una conversación de lo más amable y amistosa].

    Sea por mi inmadurez o por lo que fuere, lo cierto es que mi opinión general sobre el MEH es bastante negativa. Reconozco que ya lo era antes de recorrerlo in situ, cuando veía las fotos de su construcción y atisbaba esa descomunal estructura más propia de otras infraestructuras, valga la redundancia. Creo que la ‘desproporción’ es una palabra que define bastante bien este complejo. En el interior, hay por ejemplo plataformas de la exposición permanente que ofrecen un aspecto desolador, con grandes superficies completamente vacías que uno se pregunta ¿para qué?. En su descargo habría que decir que se debe ir llenando poco a poco con lo que se vaya extrayendo del yacimiento burgalés, pero todo es una hipótesis y a día de hoy… Tampoco habéis hecho referencia a las grandes rampas mecánicas para salvar algunas plantas, que a mi personalmente me trasladaban imaginariamente a otro tipo de establecimientos comerciales o aeroportuarios, rompiendo totalmente esa sensación de promenade. ¡muy desafortunadas!. Y siento ser así de incisivo, pero la museografía es demencial.

    Sobre el exterior y el tratamiento de las fachadas con las celosías de colores, creo que habría que empatizar con el universo formal de Juan Navarro Baldeweg para buscarles alguna explicación. Yo todavía no lo he logrado. No le doy más importancia que la de una exploración personal e íntima del arquitecto madrileño, que a modo de investigación inconclusa va plasmando últimamente en sus obras. No hacía mucho que había visitado los Teatros del Canal en Madrid, o aún conservo en mi retina las imágenes del malogrado proyecto para el Palacio de Congresos de Vitoria.

    Puede también que ésta opinión mía estuviera condicionada por haber organizado mi viaje, de tal manera que ví en la misma salida y con pocos días de diferencia, seguramente una de las mejores obras de Navarro Baldeweg, el Museo de Altamira (chapeau, ahí me quito el sombrero), y una de las menos agraciadas, el Museo de la Evolución Humana.

    Espero que vosotros completarais la tournée con la visita a Atapuerca. Sino, os lo recomiendo encarecidamente para otra ocasión. Allí, aparte del indudable interés científico-histórico, a nivel arquitectura tuve el grato descubrimiento de las cubiertas desmontables de andamio, algunas apoyadas sobre gaviones, que se integran en el paisaje de una manera para mi muy evocadora. Ni siquiera sé si detrás de esas estructuras provisionales habrá un proyecto como tal, pero son de una ligereza increíble y perfectamente insertos en plena naturaleza de la Sierra. Os dejo unas fotos simplemente para que veáis a lo que me refiero:
    http://www.flickr.com/photos/jonathan_chanca/sets/72157626597090042/

    Lo dicho, un placer leeros y perdonadme la parrafada.

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